El
lunes me despierto incluso cinco minutos antes de que suene el despertador.
¡Qué
rabia! Odio cuando ocurre eso.
Mire, señor cerebro, a ver si nos
ponemos de acuerdo. No hay que despertarse ni pronto, ni tarde, sino ¡a la
hora!
He de reconocer que la razón
principal de mi despertar temprano es que estoy ansiosa por llegar al hospital
para ver al Morenazo. Así que me levanto de la cama de un salto, con más ánimo
que nunca, y estiro todo mi cuerpo hasta hacer que me crujan incluso las uñas
de los pies.
Pongo una cafetera y, mientras se
hace el brebaje mágico que me convierte en persona, me doy una ducha. Me visto
con unos pantalones de talle alto en color negro, una camisa amplia de rayas
blancas y negras, meto estratégicamente uno de los lados por dentro del
pantalón para que me estilice un poco la figura y me maquillo de manera sutil,
pero efectiva. Quiero que se me vea la cara fresca y resplandeciente sin que se
note que he estado más de media hora maquillándome. Un poco de corrector por
aquí, un poco de colorete por allá, rímel… Y ¡listo!
Desayuno todo lo rápido que puedo
y me lavo los dientes a conciencia hasta transformar el aliento de sueño, café
y tostadas en un fresco olor mentolado. Salgo de casa con las llaves del coche
en la mano sintiendo que, a cada paso que doy, me voy poniendo más nerviosa.
Venga, mujer. ¡Madura de una vez!
Me monto en mi Golf y salgo del garaje. Hace un día precioso.
El sol brilla desde el cielo azul, despejado de nubes casi por completo. Hay
alguna masa blanca esponjosa, pero que no enturbia en absoluto el maravilloso
día que hace. El tráfico a estas horas de la mañana suele ser un poco pesado,
sobre todo los días que llueve. Pero, como me he despertado pronto y la
meteorología está de mi parte, voy con tiempo de sobra.
Mientras circulo por las calles
de mi ciudad y voy esquivando a los demás coches, empiezo a hacer conjeturas acerca
de mi reencuentro con Lucas.
¿Cómo actuaremos la próxima vez
que nos veamos? ¿Seremos naturales? ¿Fingiremos que el otro día no pasó nada?
Hombre, él parecía interesado en
continuar, ¿no? Por lo menos, no se veía que le hiciera mucha ilusión que me marchara…
Aunque, claro, un hombre con un caso grave de dolor de huevos por inanición
sexual tampoco es que sea demasiado fiable. Pero me insistió en que le diera mi
número de teléfono… Eso quiere decir que le apetecía repetir, ¿no? O, por lo
menos, llegar hasta el final.
En fin, Elena, ¡no te rayes! Ya veremos lo que pasa.
Avanzo a través de la entrada del
recinto del hospital, y dejo el coche aparcado en una plaza libre del parking exterior. Camino hasta las
escaleras y empiezo a subir peldaños sintiendo que me estoy haciendo vieja. Joe,
de verdad voy a tener que empezar a hacer algo de ejercicio. Me sacaría un ojo
antes de admitirlo en voz alta, pero, al final, va a tener razón Filomena.
Aunque, luego me intento convencer a mí misma de que la nueva moda son las
chicas con curvas, ¿no? Mal de muchos, consuelo de tontos…
Llego a mi planta con la lengua
casi fuera, la frente brillante por el sudor y el pañuelo del cuello en la
mano. Y eso que he cogido el ascensor.
¡Vaya calor!
Veo a Lucas charlando al fondo
del pasillo con Antonio, así que me escapo hacia mi despacho antes de que me
vean y tenga que acercarme a saludar con la cara como si fuera un Gusiluz.
Ay, no me he preparado lo
suficiente psicológicamente. ¿Por qué me da tanta vergüenza verlo?
Me quito las capas de ropa que me
sobran y me miro en el espejito que siempre llevo en el bolso para secarme un
poco el sudor que hace que mi cara brille como una bombilla. Me recoloco el
pelo, me echo un poco de vaselina con sabor a mora en los labios y los aprieto
juntos un par de veces para que esta se distribuya de manera homogénea.
Me abanico la cara con las manos,
sintiendo que todavía estoy demasiado nerviosa para salir y volver a verlo.
¿Pero qué leches me pasa?
Por Dios, si parezco una
adolescente con la cara llena de acné y las hormonas revolucionadas. Hago
ejercicios de respiración y me concentro en relajar mi corazón que late
desbocado dentro de mi pecho. Solo me falta sentarme en el suelo con las
piernas cruzadas, unir los dedos índice y pulgar con las palmas hacia arriba y
decir “ohm”.
Mientras me relajo, intento
buscar una estrategia para hablar con él. Lo más normal sería que le enseñase
la planta, que le contase un poco cómo han sido los últimos casos que hemos
tratado y los que tenemos ahora entre manos. Además, tengo que explicarle cuál
es nuestro método de actuación y preguntarle cosas sobre su experiencia de
Estados Unidos. Si vamos a tener que trabajar juntos, lo mejor será que hagamos
una simbiosis de todos nuestros conocimientos para sacarle el mejor partido a
la situación, ¿no?
En cuanto a nuestra relación
personal… No quiero que se piense que soy una fresca que anda dándose el lote
con el primero que encuentra, pero tampoco me apetece darle la imagen de que
soy una pava con los hombres.
Ay, Dios. ¡Es que soy una pava!
¿Cómo actuaría una persona de mi
edad, madura y razonable, en este tipo de situaciones?
Y ¿por qué me hago estas
preguntas tan ridículas?
«Solo tienes que ser natural.
Solo tienes que ser natural…»
Suelto el aire un par de veces
más y muevo los brazos, como si me estuviera preparando para entrar a un ring
de boxeo. Salgo de mi consulta sin pensármelo dos veces para no arrepentirme.
Lucas y Antonio siguen charlando con tranquilidad en el mismo sitio donde los
vi al llegar, así que me acerco hacia ellos con una sonrisa cordial.
—Buenos días —les saludo.
Ambos estaban tan concentrados en
la conversación que ni siquiera se habían percatado de que estaba a su lado.
Cuando me oye, Lucas levanta la vista y me sonríe de una manera que hace que mis
bragas se bajen solas y se metan directamente en la lavadora.
«Tranquilidad, Elena. Tus bragas siguen a buen recaudo dentro de los
pantalones.»
—¡Hombre! —Antonio, que es
de estas personas efusivas que se alegra siempre de verte, me saluda con una
sonrisa. Es tan gracioso…—. Justo estábamos hablando de ti.
—Ah, pues… —Hago una pequeña
mueca—. Espero que fuera bueno.
Él suelta una risotada y Lucas le
acompaña, pero de manera silenciosa.
—Claro. Nunca podría hablar mal
de ti. —Mi jefe me agarra por el hombro y me acerca un poco hacia donde ellos
están parados —. Le estaba diciendo a Lucas que tú te vas a encargar de darle
toda la información que necesitéis para poneros manos a la obra. Por lo que he
visto, hay un caso en el que el tratamiento no está funcionando y tenemos que
buscar alguna solución.
—Sí, bueno…, de hecho, quería
hablar contigo sobre ello. —Miro a Antonio en primer lugar, pero luego levanto
la vista (con la sensación de que son unos cuantos kilómetros) hasta
encontrarme con los ojos verdes de Lucas, que me miran fijamente. Carraspeo con
timidez, por la impresión que me acaba de causar encontrarme con sus dos
pupilas fijas en las mías, y le explico de qué se trata—. Es una niña de año y
medio con leucemia linfoblástica aguda. Se la diagnosticamos hace seis meses y
le hemos estado dando quimio. Pero, por lo que se ve, no ha dado resultado y
tenemos que realizar un trasplante. Les hemos realizado las pruebas pertinentes
a los padres y no pueden donar médula. Los bancos ahora mismo están saturados y
tendríamos que esperar unos cuantos meses más. Y no tenemos tanto tiempo, por
lo que creo que lo mejor será que busquemos un cordón umbilical compatible. Ya me
he puesto en contacto con…
—Haz lo que tengas que hacer —me
interrumpe Antonio—. Sabes que confío en tu criterio, Elena. Espero que, entre
los dos, consigáis algo. —Nos mira a Lucas y a mí—. Bueno, pues os dejo para
que podáis poneros con ello.
Nos da un suave apretón en el
brazo a cada uno y se marcha dejándonos solos. Veo cómo mi jefe se aleja por el
pasillo y, cuando ya no puedo alargarlo más, me vuelvo para mirar a Lucas de
nuevo.
—Hola —dice con esa sonrisa bajabragas.
—Hola —repito como un papagayo.
Él suelta una risita y me hace
una señal con la mano hacia el pasillo, para que vayamos hacia su despacho.
—Bueno, entonces…, cuéntame. ¿Qué
tal el fin de semana? —dice mientras echamos a andar.
—Bien. —Oh, genial. Qué elocuente
soy—. ¿El tuyo?
—Bien, también —dice sonriendo—.
Aunque, bueno, el viernes tuve un pequeño problema…
Lo miro de reojo y observo cómo
sonríe travieso.
—Ah, ¿sí? —Finjo inocencia.
—Se ve que una preciosa doctora
que trabaja en este mismo hospital no quiso quedarse a pasar la tarde conmigo…
—Vaya… —Me muerdo el labio y
niego con la cabeza, demostrando una falsa incredulidad—. ¿Y qué fue
exactamente lo que ocurrió?
Llegamos a su despacho, abre la
puerta y me hace un gesto para que pase.
—¿Que qué ocurrió? —repite él,
pensativo—. Pues… —Entra después de mí y cierra la puerta tras él. Se coloca
delante de mí y avanza mientras yo reculo marcha atrás hasta apoyar la espalda
contra la pared—. No sé si debería decírtelo… es algo entre ella y yo, ¿no
crees?
Se me corta la respiración. ¿Qué
está pasando aquí?
—Mmm, no sé. Siento curiosidad
por…
No puedo continuar hablando
porque atrapa mis labios entre los suyos y me da un beso de caerse de culo. Me
agarro a sus brazos para no deslizarme por la pared, porque mis rodillas han
decidido no colaborar y se han puesto a temblar como gelatina. Su lengua se
cuela en mi boca y se enreda con la mía. Sus besos saben a menta y a él. Es un
sabor propio que no se puede comparar al de nadie más. Coloca sus manos en mi
cintura y me presiona contra su estómago.
Ay, Dios. Creo que se nos está
yendo de las manos.
Seguimos besándonos hasta que
siento los labios adormecidos. No sé quién se separa antes, pero, cuando lo
hacemos, ambos estamos intentando recuperar el aliento.
—Joder —murmura él todavía
agarrado a mi cintura—. El recuerdo no te ha hecho justicia, Elena.
Asiento desorientada, sin saber
muy bien qué decir.
«A ti tampoco te ha hecho justicia» sería una buena opción. Pero
entraríamos en un bucle de repetir lo que dice el otro, y tampoco me parece
buena táctica.
Intento pensar de manera
racional, así que me separo de él colocando una mano sobre su pecho. No puedo
evitar presionar su pectoral un poco más de lo estrictamente necesario
deleitándome en el tacto duro de su cuerpo a través de la camisa blanca que
lleva.
—Dios, Lucas. —Cojo aire de
manera desacompasada, aunque intento normalizar mi respiración—. No podemos
hacer esto aquí, en el hospital.
—Sí, tienes razón. —Asiente con
la cabeza mientras se aleja hacia su mesa, donde se sienta—. Venga, ¡a
trabajar!
Suspiro, por una parte agradecida
por que haya cedido con tanta facilidad, pero inexplicablemente decepcionada
por la misma razón. No es que prefiriera que se hubiese puesto un poco pesado,
pero… en el fondo sí.
¿Cómo
puedo ser tan contradictoria?
Me siento en la silla frente a su
mesa y nos ponemos al día de los casos que tenemos pendientes. En menos de una
hora, nos hemos distribuido el trabajo para ponernos manos a la obra.
El resto de la semana transcurre
sin altercados. No hay más besos entre Lucas y yo. Me digo a mí misma que estoy
agradecida por ello, pero, en el fondo, me preocupa.
¿Significa
eso que ya no vamos a volver a besarnos?
Está claro que la parte
preocupada se lleva la palma esta vez.
¿Tendría
que haberle aclarado más la situación? ¿Le quedaría claro que me refería a que
no quería que nos liáramos en el hospital, pero que no tendría ningún problema
en aceptar una cita fuera de aquí?
Esas preguntas no dejan de
rondarme por la cabeza durante toda la semana. No puedo evitar ponerme un poco
nerviosa cada vez que me encuentro con él. Además, en la reunión de equipo de
la semana, me descubro a mí misma leyendo la misma frase veinte veces sin ni siquiera
comprender una palabra. ¿Y todo por qué? Porque estoy demasiado pendiente de
cada gesto que hace Lucas, que está sentado a mi lado. Siento cada uno de los
movimientos que su pierna hace cerca de la mía por debajo de la mesa, el calor
que irradia su brazo a escasos centímetros del mío, el leve aroma a champú que
sale despedido de su cuerpo cuando se pasa la mano por el pelo… Cada uno de sus
gestos hace que se me disparen las señales de alarma y mi sistema nervioso
simpático se ponga en marcha acelerándome el pulso.
Además, ¿sabéis esa sensación que
se tiene cuando piensas que alguien te está mirando? Como si sintieras un
cosquilleo en uno de los laterales de tu cara, que incluso te atreverías a
decir que se ha teñido de rojo bermellón. Pues con él me pasa todo el tiempo. Mi
parte más serena se niega a darle el gusto de girar la cabeza para comprobar si
lo está haciendo o no. Pero, la masoquista y curiosa que hay en mí, de vez en
cuando toma el relevo haciéndome mirar en su dirección para ver qué leches
observa con tanto ahínco. Y, siempre que he cedido a mis instintos más
primarios, él tenía la vista fija en un punto próximo a mí, pero no en mí.
¿Y por qué me desilusiono cada vez
que ocurre eso? ¿Por qué se me queda en el cuerpo la sensación de tristeza
equivalente a la que me causaría la separación de mi grupo musical favorito? Porque
me gustaría que me mirara a mí en lugar del a-saber-qué
que hay detrás de mi cabeza. Como si estuviera deseando pillarle con las manos
en la masa. ¡Zas! Cazador cazado. Además, la Elena que sigue creyendo en los
unicornios y en las hadas rosas se imagina el cuerpo a cuerpo de miradas que se
iniciaría en ese momento. Le pillaría mirándome, él me sonreiría, yo le
devolvería la sonrisa, coqueta, habría unos cuantos aleteos de pestañas por mi
parte, otra sonrisa sexi que me dejaría con el pulso por las nubes y las
glándulas sudoríparas en pleno rendimiento, mis niveles de oxitocina alcanzarían
el límite de lo permitido, su mano recorrería mi muslo por debajo de la mesa,
mi mano abanicaría mi cara y… ¿Qué? ¿Desde cuándo tengo una imaginación tan
viva?
Está claro que tanta tensión
sexual no resuelta está causando estragos en mi cabeza. Cuando soy consciente
de que me estoy yendo por los cerros de Úbeda, imaginando cosas que no debería,
me riño a mí misma. Vale que las fantasías sean libres, que ni siquiera
nosotros mismos podemos controlarlas y que tampoco esté mal tenerlas, pero…
¡oye! Que lo de vivir en el país de la golosina y en la calle de la piruleta
tendría que haber quedado muy atrás. Muerto y enterrado.
El único consuelo que le
encuentro a esta situación es que estoy descubriendo a un Lucas muy
profesional. Me encanta su manera de interpretar mis ideas y cómo él las
complementa para cerrar los casos. Es verdad que todavía no hemos visto
resultados, pero, lo poco que hemos podido hacer en lo que llevamos de semana,
me gusta mucho. Además, aunque sea abierto y extrovertido, tiene un lado
misterioso que me resulta excitante. A veces, se queda en silencio, como
encerrado en su mundo. Es en ese momento cuando me permito deleitarme con las
vistas que nos ofrece. Le observo cómo frunce el ceño de concentración, cómo se
aprieta su mandíbula haciendo que las sienes le aleteen, la manera distraída en
la que se pasa la mano por el pelo dejándolo tan desordenado que me apetece
alargar la mía para recolocárselo, cómo se muerde el interior del labio
inferior… Es como si se concentrara tanto en lo que está haciendo que se le
olvidara que el mundo sigue en movimiento fuera de su burbuja. Y, aunque es una
pena que esos trances duren tan poco, la verdad es que no deja de sorprenderme
porque cuando, de repente, vuelve al mundo de los mortales, siempre propone
alguna idea brillante. Es como si socavara en el interior de su mente en busca
de algo genial. Un tesoro escondido. Y el tío siempre lo encuentra. Me deja
anonadada.
Alguna vez incluso creo que ha
coqueteado también conmigo. Aunque, de manera tan sutil que ni siquiera sé a
ciencia cierta si lo estaba haciendo. No sé qué ha pasado con el chico que
conocí hace una semana, ese que iba directo a la yugular y me besaba como si
fuera lo único importante en el mundo… Parece que, cuando se pone serio, lo
hace de verdad, ¿no?
Debo admitir que este tira y
afloja me está resultado demasiado excitante, porque no hace otra cosa que
mantenerme en constante tensión por si hay alguna señal o gesto que debo
interpretar.
El problema es que, cuando llego
a casa, me paso las horas dando vueltas a cada una de las cosas que hemos hecho
juntos, a cada indicio de que su comportamiento significa algo, a estudiar cada
palabra por si llevara un mensaje oculto, y me enfado conmigo misma y con él
porque me parece que me estoy empezando a enganchar demasiado, y me parece muy
peligroso.
¿No
estaré buscándole las tres patas al gato porque es lo que me interesa…?
Madre mía, es que me gusta mucho.
Ay, no he dicho eso en voz alta,
¿verdad?
Todavía estoy intentando cogerle
el tranquillo a todo esto, pero, desde luego, pinta demasiado feo. Porque, si
empieza a gustarme de verdad, no sé cómo le sentará eso a mi pobre corazón.
Madreeee Luis! Que viene y arrasa! Pero menudas cosas le dice a mi Helen!
ResponderEliminarY divino Lucas arrimando pecho...yo también quiero mamá!
Sigo muriendo con lo de la foca! Jajaja Voy tener que pensar seriamente todas las bromas que me hacen..
Ah! Y ♥ Sonrisas y Lágrimas, Cats y Mamma mía! Jajajaj
Besitoooos!
Mi amooool!
EliminarA que si? Que vivan los musicales! Jajajjajajaj
Y sí, las bromas son una manera suave de decir las verdades, así que ándate con ojo.
Muuuuuuuuuua <3
Si??? De verdad??? No quiero esperar una semana a ver qué pasa!
ResponderEliminarCada vez los haces más cortos!! Queremos más!
Jajajajajaja joooo, lo siento!
EliminarOs parecen cortos?? Intentaré hacerlos más largos!!
Me alegro de que queráis más!
Un besoooo