Ya
en la calle, la brisa fresca del otoño me despeja un poco los pensamientos. Me
siento bien, tranquila y contenta. Y la sonrisa que llevo en los labios le
muestra el mundo que soy capaz de ser una chica normal de mi edad sin
intenciones de complicarse la vida. Me prohíbo a mí misma que los pensamientos
se tornen quejumbrosos y lastimeros, así que me doy una palmadita mental en la
espalda por haber salido airosa de la situación. Si la cosa no llega a más,
mira, que me quiten lo bailao porque he morreado (como solíamos decir de
pequeños) con un tío bueno de los de verdad, además de encantador, listo y
divertido.
En
cuanto veo la lucecilla verde de un taxi, me aproximo a la acera para pararlo.
Y, debe de ser que transmito las buenas vibraciones, porque nunca había
conseguido que me hicieran caso tan rápido.
Cuando
llego a mi casa, me desvisto con premura y me meto en la ducha, ya que tengo el
tiempo justo para ducharme y arreglarme.
El
agua caliente me afloja los músculos del cuello y espalda y me ayuda a liberar
esa tensión que acumulamos durante el día.
Me
lavo el pelo con fuerza, masajeando las raíces con la yema de los dedos y me
aplico un poco de acondicionador en las puntas.
Una
vez fuera de la ducha, me seco con energía y me planto frente al armario en
busca de un modelito.
Al
final, me decanto por unos vaqueros pitillo y una camisa amplia de color blanco
con brocado en el cuello que me sienta genial. No soy de llevar mucho tacón de
forma habitual, pero hoy me decido por unos botines negros con unas buenas
alzas, porque sé que todas irán de punta en blanco y no quiero ser menos.
Termino
de arreglarme, haciendo especial hincapié en disimular las ojeras a base de
capas de chapa y pintura, cojo la cazadora de cuero negra y el bolso y salgo de
casa pitando, que ya llego tarde, para variar.
El
Deluxe no queda
demasiado lejos de mi casa, pero no es que sea yo muy hábil caminando con
tacones, además de que pienso beberme hasta el agua de los floreros esta noche,
así que cojo un taxi en la parada al final de mi calle.
Cuando
abro la puerta del local, veo en el fondo una mesa ocupada por tres chicas, dos
morenas y una rubia. Mis amigas. Camino hacia ellas, esquivando a la gente que
se arremolina junto a la barra, y Candela, que es la que está mirando al
frente, me sonríe mientras me acerco.
—Perdón
por el retraso —digo cuando llego junto a ellas. No puedo evitar poner los ojos
en blanco al recordar aquel meme tan
cruel con la misma frase…
—Ya
te conocemos, ¡así que no te hemos ni esperado para pedir! —dice Sofía con
ironía.
—Vale,
vale. Lo siento. Es que estaba en «algo» cuando me habéis avisado. —Me siento
en la mesa y le doy un sorbo al vino que ya tenía servido en la copa,
esperándome.
—Huuuuuuy,
en algo, ¿eh? —dice Laura con sorna—. ¿Y qué es ese algo? Si se puede saber… ¿o
mejor debería decir en «alguien»?
Miro
a mis tres amigas, que esperan con expectativa las explicaciones. Me fijo en
Candela, que es la más seria de las tres, y veo que me está sonriendo con
picardía.
—Bueno,
digamos que ese alguien se llama Lucas —respondo mirando hacia otro lado. Un
camarero muy mono nos sirve los platos y veo cómo le sonríe a Laura, aunque
ella no le presta atención.
—¡Serás
cabrona! —grita Sofía—. ¡Te lo dije! ¡Te dije que le gustabas!
El
local está a rebosar. Nos encanta el sitio porque está céntrico y la relación
calidad/precio es espectacular, pero he de reconocer que la acústica no es
demasiado buena, así que tenemos que forzar un poco las cuerdas vocales para
hacernos oír sobre el barullo de fondo.
Me
río por lo absurdo de la situación. Todas estas conversaciones me parecen un
poco surrealistas para chicas de treinta y tantos años.
—A
ver, espera —digo entre risas—. ¿Me vas a dejar que os lo cuente o no?
—Dispara.
—Es lo único que añade.
Comienzo
mi discurso. Les relato cómo me vino a buscar para comer, cómo fue todo en el
restaurante, la llamada de Luis y el café en su casa. Me guardo para mí el
momento de llorera, más por vergüenza que por otra cosa, pero se parten de risa
cuando les cuento cómo escupí el café y cómo eso degeneró en el beso.
—Así
que es por eso que estabas de tan mala hostia cuando te llamé, ¿no? —dice Laura—.
Estabas al tema y, claro, te corté todo el rollo.
—Tú
me dirás, guapa —digo mientras le doy un sorbo a mi copa de vino—. Estábamos en
el momento «primer beso» y vas tú ¡y nos interrumpes! —El alcohol nos empieza a
hacer un poco de efecto, así que las cuatro nos desternillamos de la risa según
les voy contando cómo fue mi tarde.
—¿Y
dices que se va a quedar en España una temporada? —pregunta Candela.
—Eso
parece. —Asiento con la cabeza un par de veces—. Su padre está bastante
enfermo, así que ha venido a echarle una mano a su madre —respondo mientras le
doy un bocado a mi comida.
—Vaya,
¿algo grave? —me pregunta Laura.
—Pues
tiene Alzheimer. Debe de
estar bastante mal para haber decidido aparcar su vida en Estados Unidos para
venir aquí. Aunque tampoco me ha dado muchos detalles. —Me encojo de hombros—. No
creo que sea algo de lo que le guste hablar.
El
camarero regresa con los segundos platos mientras nosotras seguimos charlando
animadamente sobre Lucas, el hospital, y cómo no, de cada uno de los hombres de
nuestra vida.
Laura
lleva varios años con Carlos, con el que está planeando su boda. Tienen una
relación muy estable, pero sé que todo el tema de los preparativos está
causando estragos en ellos. Como en todos los enlaces, las suegras están
echando un pulso para demostrar quién tiene más poder. Más de una vez, ambos
han comentado que estarían encantados de mandarlo todo a la mierda e irse a las
Vegas. No me imagino a Laura casándose disfrazada de Marilyn y a Carlos de
Elvis, pero sé que estarían más que dispuestos para evitar todo el embrollo en
el que sus madres les han metido.
Candela
rompió hace relativamente poco con Pedro, con el que llevaba un par de años
saliendo y todavía no ha superado su ruptura. Así que solo despotrica contra
los hombres cada vez que tiene oportunidad. Está mal que yo lo diga, pero es la
mejor de las cuatro. A pesar de parecer una persona muy seria, tiene esa clase
de carácter que te hace saber cuándo eres importante para ella, desviviéndose
por cada una de las personas que están a su alrededor. Cuando nos conocimos en
la carrera pensé que me odiaba, no me preguntéis por qué. Supongo que tiene que
ver con que de primeras es una persona algo hermética y callada. Pero, con el
tiempo, he sabido valorar su personalidad algo introvertida, haciendo que cada
detalle que tiene hacia nosotras tenga mucho más valor, porque sabes que es de
verdad. De manera que es una pena que su relación con Pedro no cuajara. Siempre
habíamos pensado que estaban hechos el uno para el otro. Pero resultó que él no
era tan bueno como todas creíamos, cuando hace algunos meses descubrimos que
estaba con otra al mismo tiempo.
Sofía,
que es la rompecorazones oficial, anda saltando de rollo en rollo. No le he
conocido relación seria desde que somos amigas, de eso hace ya unos cuantos
años, y parece que no está interesada en encontrarla. Ella dice que, cuando sea
vieja, tendrá un montón de perros –ya que, como a mí, no le gustan los gatos– y
viajará por todo el mundo. Se convertirá en la «tita Sofía» para nuestros hijos
y les consentirá en todo aquello que nosotras no hagamos.
Y,
por último, estoy yo. Mi último novio, Dani, y yo rompimos hace ya algunos
años. Fui tan ingenua al pensar que iba a ser el amor de mi vida…, pero nuestra
relación no era sana. Éramos ese tipo de parejas que se adoran, pero que no
paran de discutir. Nos peleábamos tanto que, cuando un día se nos fue de las
manos y casi acabamos a golpes, decidimos darnos una tregua. Hubo alguna
recaída durante los dos años siguientes a la ruptura e intentamos
reconciliarnos un par de veces, pero está claro que los amores pasionales no
son tan sanos como los pintan las películas románticas. Yo, por lo menos, no le
encontré el sentido y sigo sin hacerlo. Discutir es bueno siempre y cuando sea
en su justa medida, y está bien encontrar en la otra persona a alguien con
quien tratar los puntos de discordia. Pero creo que dos personas tan
temperamentales como lo éramos nosotros
dos nunca podrían ser felices juntas. Todo sea dicho, yo estaba muy enamorada.
Y sé que él también. Pero no podía ser.
Al
poco tiempo, empecé a trabajar en el hospital y conocí a Luis, de modo que Dani
pasó al olvido. Y sé que es un tópico y que es bastante posible que tenga poco
sentido pillarse por un tío con el que sabes que nunca llegarás a nada más allá
que una amistad, pero, gracias a él, conseguí pasar página. Aunque esa página
nueva resultó ser menos sana que la anterior. Me acuerdo como si fuera ayer de
la primera vez que lo vi. Estaba en mi primer año de residencia y me tocaba el
área de psiquiatría. Siempre me he sentido un tanto incómoda tratando con
enfermos psiquiátricos, no sé por qué. Supongo que el ser humano en sí mismo ya
es demasiado complicado como para añadirle una enfermedad de este tipo. Y, en
el área de psiquiatría, lo menos que te puedes encontrar es una persona con
depresión. El caso es que ese día estaba especialmente nerviosa, y me estaba
tomando una tila en la sala del café. Luis apareció tan tranquilo, con su
uniforme de médico, y me dedicó una sonrisa de esas que te dejan sin aliento.
Se acercó a mí con paso decidido y se presentó.
—Tú
debes de ser Elena —me dijo con una sonrisa de oreja a oreja—. Me han comentado
que estabas un poco nerviosa por tu primer día en psiquiatría. Pero no te
preocupes, yo seré tu compañero. —Hizo una pausa como intentando recordar algo
importante—. Por cierto, soy Luis —añadió estirando la mano en mi dirección.
La
seguridad en sí mismo y la manera de mirarme me hicieron saber que todo iba a
estar bien, así que solo pude sonreírle y estrechársela. Supe desde aquel
momento que no iba a ser capaz de borrar de mi cabeza esa sonrisa radiante y la
sensación de paz que me transmitió. Consiguió que se me olvidara el hecho de
estar entre enfermos mentales y que disfrutara de mi tiempo en esa área. Y, a
partir de ahí, nos hicimos muy buenos amigos.
Creo
haber dejado claro que yo siempre le he considerado algo más que un amigo, pero
también era consciente de que él no estaba interesado en otro tipo de relación
que no fuera la amistad. Siempre estaba pendiente de mí y sé que se preocupa
por lo que me pasa, pero, aquella Nochevieja en mi casa, me quedó bien claro
que no iba a pasar nada más entre nosotros.
Cuando
hemos terminado de cenar y pagado la cuenta, salimos a la calle en dirección a un bar de copas. No somos muy
originales, así que con el paso de los años hemos ido creando una rutina de
sitios a los que vamos siempre. El paso siguiente al Deluxe suele ser el Soho así que, como no está demasiado lejos, las cuatro caminamos
hacia allí.
Es
uno de los locales de moda. Está dividido en dos zonas, una con mesas y sofás y
otra con la pista de baile. La verdad es que, si lo que estás buscando es tomar
una copa tranquila, no lo recomendaría porque las luces están demasiado bajas y
la música muy alta, pero a nosotras nos encanta porque podemos hacer un poco de
todo. Si nos apetece echarnos unos bailecitos, solo tenemos que levantarnos de
la mesa y caminar unos cuantos pasos. Además, de tanto venir, conocemos a toda
la plantilla y siempre tenemos una mesa reservada en nuestro rincón favorito.
Dos
gintonic después, estamos todas desternillándonos de la risa por una
historia que nos cuenta Laura.
—Y
viene el señor y me dice que, aunque tenga setenta años, él quiere seguir
activo. Ya me entendéis. —Las risas y el alcohol hacen que la voz de Laura
suene turbia.
—¿El
tío quería seguir dándole? ¡No me digas! —grita Sofía, partiéndose de la risa.
—Sí,
sí, pero espera, que viene lo mejor —digo yo, que ya me conozco la historia.
—Pues
lo mejor es que la mujer me decía que no desde atrás con la cabeza, con una
cara de susto que no os podéis imaginar. —Laura coge un pañuelo de su bolso, y
se seca las comisuras de los ojos empapadas con lágrimas por la risa—. Y claro,
yo no sabía qué hacer, porque él estaba muy empeñado en que sí, que quería
seguir con el tema. Pero el susto que tenía su mujer era de escándalo.
—¿Y
qué hiciste al final? —pregunta Candela descojonándose.
—Pues
le hice una receta para Viagra cuando
la mujer por fin cedió, pero con la condición de que no le pusiera «muy
jovencito». —Termina de contar la historia riéndose histéricamente. Todas
acompañamos su ataque, riendo de igual manera.
Debemos
de parecer un grupo de hienas borrachas desde fuera, y soy consciente de que un
grupo de chicos de unas mesas más allá no nos quita ojo.
—Que
no le pusieras muy jovencito —repite Sofía entre carcajadas—. Madre mía, ¡pobre
señora! ¿Y no le recetaste a ella un lubricante?
—Hombre,
les recomendé que se lo tomaran con mucha calma, que a esas edades las caderas
se resienten y que nadie se recupera del todo de una fractura.
—Dios
mío, esto es peor que cuando me vinieron dos hermanas a que les revisara la vista
—dice Sofía aún riéndose—. La pequeña debía de tener cinco años y le chivaba
las letras a su hermana.
—Ay,
pobre. —Me río—. Quería ayudar a su hermanita mayor.
—Sí,
claro. Pero, al final, tuvimos que sacarla de la sala porque la hermana no veía
tres en un burro y no le estaba sirviendo de nada la revisión.
—Madre
mía, si es que pasa cada historia en los hospitales… —Candela se seca las
lágrimas de los ojos con el dedo mientras niega con la cabeza.
—Perdonad
que os moleste, chicas. —Un chico de unos treinta y tantos se ha acercado a
nuestra mesa y nosotras ni siquiera nos habíamos dado cuenta—. Pero a mis
amigos y a mí nos gustaría invitaros a una copa —dice señalando a la mesa de
chicos que no nos quitaba ojo.
—¿Ah
sí? —responde Sofía—. Pero, ¿tenéis edad para beber alcohol? —dice entre risas.
—Para
beber alcohol y otras muchas cosas —dice él, con una sonrisa traviesa—. Si
quieres, te lo demuestro.
—Uuuuuuh
—responde ella—. Perro ladrador, poco mordedor —añade mientras lo repasa de
arriba abajo con una mirada sugerente—.Yo tomaré un Tanqueray con limón, por favor. ¿Y vosotras, chicas?
—Yo,
un Cacique cola —dice Laura
apurando el contenido de su vaso aún medio lleno.
—Seagrams con tónica —añado yo.
—¿Y
tú, guapa? —le pregunta a Candela con una sonrisa seductora.
—Yo
puedo pedirme mi copa, muchas gracias —responde ella de malas maneras.
Todas
la miramos sorprendidas, pero el chico sigue sonriendo de la misma manera.
—¿Estás
segura, preciosa? —insiste él.
—Tan
segura como de que tu presencia aquí me resulta ofensiva. —La cara de Candela
es un poema.
A
todas nos entra un ataque de risa por la respuesta y la cara de pocos amigos
que tiene. Sabía que estaba en contra de los hombres, pero me hace gracia
presenciar cómo la callada y tímida Candela está perdiendo los papeles.
Él,
ni corto ni perezoso, se da la vuelta hacia la barra con la misma cara de
seductor chulito.
—Voy
a ir a vigilarle, no vaya a ser que nos eche algún somnífero de esos para
caballos en la bebida —dice Sofía mientras se levanta de la mesa y se dirige a
la barra.
Observo
cómo se aleja mi amiga contoneando las caderas con cada paso. Varios hombres se
giran para mirarla, y no me extraña, porque es muy llamativa. La combinación de
sus facciones, con su melena oscura ondulada, los ojos rasgados y azules, hace
que sea imposible no verla. Y si acompañas el paquete con un cuerpo de
escándalo y unos taconazos que dan vértigo solo con mirarlos, además de una
personalidad arrolladora, el resultado es un bombonazo de sangre caliente
llamado Sofía. Cuando llega junto a la barra, le pasa el brazo por el hombro al
chico y comienzan a hablar susurrándose al oído.
Parece
que estamos todas un poco ensimismadas observando a nuestra amiga, porque no
hemos abierto la boca desde que esta se ha ido.
—¿Qué
te ha pasado con el pobre chaval, Cande? —le pregunto cuando vuelvo al mundo
real.
—No
me ha pasado nada, tía. Es que me molesta la actitud de esa clase de hombres
tan chulitos, tan seguros de sí mismos. ¿Se cree que no puedo pagarme una copa,
o qué? —dice ella con indignación. Se toquetea el pelo rubio como hace cada vez
que está nerviosa o enfadada.
—Venga
mujer, no te lo tomes así —dice Laura agarrándola por los hombros—. El chico
solo quería ligar un poco.
—Bueno,
pues que ligue con vosotras, que yo ya estoy harta —responde Candela, bufando
un poco.
Justo
cuando estoy intentando contribuir a que se tranquilice el ambiente, Sofía
vuelve con dos copas en la mano seguida por nuestro nuevo amigo.
—Se
llama Juan —dice ella mientras se gira para mirar al chico—. Estas son Laura y
Elena. La que te mira con odio se llama Candela, pero no se lo tomes a mal. No
te odia a ti en concreto, solo a tu género en general.
—Ya
me dejas más tranquilo —dice él mientras deja las otras copas sobre nuestra
mesa y acerca una silla junto a Candela—. ¿Y se puede saber qué te ha hecho mi
género, reina?
—Existir
—responde ella tajante, mirándole de manera desafiante—. Yo que tú no me
acercaba tanto a mí, no vaya a ser que te escupa en un ojo.
—Huy,
tienes carácter, ¿eh? —dice él sonriendo con malicia—. Justo como a mí me
gustan. Dicen que las respondonas son las más calientes en la cama, ¿lo sabías?
Abro
los ojos como platos, porque el chico es un kamikaze total. ¿No le han enseñado
nunca que no se puede vacilar a una mujer cabreada?
—No
quieras seguir por ahí. —La cara de asco que le pone mi amiga me hace ver que
está perdiendo la paciencia. No puedo evitar que toda esta situación me haga gracia
y todas observamos la pelea verbal con interés.
—Si
esto cada vez se pone más interesante —dice él aproximándose a ella aún más.
No
sé en qué momento se han acercado los amigos de Juan a nuestra mesa, pero están
cogiendo sillas y colocándose en los huecos que hay entre nosotras. A mi lado
se coloca un tío con el pelo castaño oscuro, bastante mediocre físicamente.
—¿Qué
les pasa a estos? —me pregunta acercándose a mí.
—Parece
que tu amigo ha perdido el instinto de supervivencia y está provocando a mi
amiga Candela.
—Mmm,
provocando, ¿eh? —La proximidad de este chico hace que sienta que me falta un
poco el aire. Está invadiendo mi espacio vital y me pongo muy nerviosa. Además,
huelo su aliento cargado de alcohol, lo que me produce un escalofrío—. Soy
Jorge, por cierto —añade él, en un tono sensual que no hace más que contribuir
a mi mal estado.
—Elena
—respondo sin mirarle.
—Bueno,
chicas. —Salvada por la campana. El chirrido que produce la silla de Candela
contra el suelo al levantarse hace que toda la sala la mire—. Yo ya me he
cansado de aguantar gilipolleces. ¿Nos vamos?
—Pero,
princesa, ¡qué carácter tienes! —dice Juan mirándola aún con una sonrisa socarrona.
—Tío,
¡que me dejes en paz de una puta vez! ¿Qué parte de que te vayas a la mierda no
has entendido? —grita ella ofendida.
—Venga,
mujer, no te enfades —dice él con actitud conciliadora—. Solo te estoy tomando
el pelo.
Ay
amigo, llegas tarde. Lo miro negando con la cabeza, porque no sé quién le ha
enseñado al pobre hombre a ligar. ¿No te dabas cuenta de que esa no era una
buena táctica?
—Pues
ya me he hartado. ¿Nos vamos? —pregunta impaciente.
—Sí,
sí. Claro —digo yo mientras le doy el último sorbo a mi copa. Me levanto para
salir con ella, que ya ha echado a andar en dirección a la salida.
Laura
sale después de mí sin dilación, pero Sofía se ha quedado un poco rezagada.
Parece que uno de los amigos de Juan le ha llamado la atención.
—Lo
siento, chicas. Pero es que no podía aguantar más memeces de ese subnormal —dice
Candela cuando estamos todas ya caminando hacia una parada de taxis.
—No
te preocupes, tía —responde Sofía—. La verdad es que se ha puesto un poco
pesado.
—Pues
sí, aunque se veía que le gustabas, ¿eh, Cande? —interviene Laura.
—Por
Dios, pero ¿qué le voy a gustar? —responde ella exasperada—. A ese lo que le
pasa es que es un gilipollas engreído.
—Que
no, tía —digo yo—. Se notaba a leguas que le molabas, aunque tenía una técnica
muy poco depurada en el arte del flirteo. Por cierto, Sof, ¿has conseguido el
número del guaperas que tenías al lado?
—Hombre,
¿qué te crees si no que estaba haciendo? —dice ella riendo.
Ya
en la parada, nos despedimos con un abrazo y cada una cogemos un taxi para que
nos lleve a casa.
Para
cuando llego a la mía, son las cinco de la mañana y estoy molida. Lo primero
que hago es quitarme los botines con un par de patadas y lanzarlos bien lejos.
¡Cómo me duelen los pies! Cojeo hasta la cocina e inspecciono el contenido de
la nevera a ver si hay algo que pueda comer, pero no hay más que huevos y unos
yogures a punto de caducar, así que me resigno a coger un trozo de pan duro que
sobró de ayer. Me tomo un ibuprofeno con un vaso de agua, ya que mañana iré a
comer a casa de mis padres y no me apetece levantarme con una resaca de mil
demonios.
Me
preparo para dormir y me meto en la cama. Una vez dentro, las sábanas
fresquitas me abrazan y cojo el móvil para programar la alarma del despertador.
Suspiro rememorando todo lo que me ha pasado hoy. Ha sido un día muy largo, la
verdad. Pienso en Lucas, en sus ojos verdes y sus labios gruesos. Me entra una
risita infantil al recordar el beso y cierro los ojos intentando conservar en
mi memoria la sensación que tuve al estar contra él y, no sé cuándo ni cómo,
pero, finalmente, me duermo.
Como siempre, lo he leído con una sonrisilla tonta, y me he reído con ganas con la sabia palabra de "morreo" y sobre todo en la parte del que quiere hacerse el jovencito!! 😂😂😂 Lo peor es que cosas peores se ven!! Jajajaja
ResponderEliminarMe ha encantado poder conocer un poquito más a cada una de las Catas, es genial! Me encanta el genio de Candela y la locura de Sofía!!
Muchos besos amorosos!
Corazón!!
EliminarCuánto me alegro de que te haya gustado.
Si algún día llego a publicarlo (lo sé, eso es decir mucho, pero soñar es gratis) ten por seguro que vas a tener un sitio privilegiado en mi área de agradecimientos. No te imaginas cuánto me anima a seguir leerte todas las semanas.
Lo del morreo es una palabra estupenda (no como obstetricia jajajjaj).
Y lo del jovencito está basado en un hecho real (me lo contó una amiga de mis padres que es médico jajajjaj).
En fin, María, de verdad. Muchísimisimas gracias por leerme y seguir ahí.
Ya hasta te quiero! Jajaja
Un superbesazo guapísima!
Alaaaaa tíaaa! Que mona eres por favor! Ni que yo tuviera ningún tipo de mérito!! Ya sabes que me encanta leerte, de hecho siempre estoy deseando de que llegue el siguiente capítulo!
ResponderEliminarNo sé si es un sueño o no, pero ten claro que si alguna vez te publican, seré de las primeras en comprarlo, y me sentiré orgullosa como si fuera un cachito mío!
Por cierto qué te ha hecho a ti la palabra obstetricia? Tenéis tan mala relación como la mía con blogger! Jajaja
Me ha hecho mucha ilusión lo que me has dicho! Eres tan adorable! (L)
Mil besos cosa guapa
Sabes esa sonrisilla de gilipollas que se te queda cuando te dicen algo bonito y te da vergüenza? Pues es la misma que tengo yo ahora mismo.
EliminarLa palabra ostetricia me parece horrorosa para una profesión tan bonita como es traer bebes al mundl jajaja. No entiendo como no han inventado otra que se asemeje más al ese acto, la verdad! Jajajajaj
Tú si que eres adorable <3
Me estás haciendo volverme una moñas sensiblera jaja.
Muuuuuuuuua