sábado, 16 de mayo de 2015

Codo con codo - Capítulo 7

Cuando llego a la casa de mis padres, lo primero que siento es el olor a comida. El chisporroteo del aceite en una sartén proveniente de la cocina se escucha en cuanto abro la puerta con mi llave, y no puedo evitar sonreír. Me invade esa sensación tan confortable de sentirme en casa.
Me independicé cuando tenía veinticinco años y podía permitirme un alquiler, aunque mi primera casa, por llamarlo de alguna forma, fuera un zulo de una habitación que hacía de cocina, salón y dormitorio. También tenía una especie de baño, que se podía llamar así porque tenía un inodoro, lavabo y ducha, pero que medía dos metros cuadrados y estaba cercado por una pared de pladur. No os podéis imaginar las piscinas que se formaban en el suelo cada vez que me duchaba. Lo único bueno que tenía es que podías bañarte, hacer pis y lavarte los dientes al mismo tiempo sin sentirte un ser extraño con capacidades multitarea.
Cuando cumplí los veintiocho, me harté de vivir como una mendiga y decidí que podía pagarme un piso un poquito mejor. Así que, después de un par de meses de búsqueda exhaustiva, encontré el apartamento donde vivo actualmente. Tiene los azulejos de baños y cocina de la época en la que reinaba Carolo y gotelé en las paredes, pero, por lo menos la cocina, el salón y el dormitorio son habitaciones independientes, y el baño tiene paredes de verdad.
No sé por qué decidí irme tan pronto de casa. Supongo que tenía la necesidad de hacer algo por mí misma sin sentirme bajo el ala de mamá y papá. Además, como todos los jóvenes que reciben su primer sueldo –aunque el mío fuera una caca de la vaca– me sentía muy mayor e independiente. Por suerte, mis padres no son de esa gente a la que les parece mal que sus hijos crezcan. Siempre nos han ayudado a madurar y a fomentar nuestra vida aparte. De hecho, a mis hermanos y a mí, siempre nos mandaban al extranjero durante los veranos para abrirnos los horizontes.
Pero aún así, en la casa de mis padres siempre me he sentido muy a gusto, en paz. Es esa sensación que te hace suspirar de tranquilidad y saber que nada malo podría pasarte entre estas cuatro paredes.
—Holaaa —saludo mientras entro.
Mi padre se asoma por la puerta de la cocina, delantal y cuchara de madera incluidos, y me sonríe con ternura.
—Hola, cariño. Estoy haciendo lasaña.
—Mmm, ¡qué bien! —digo yo—. ¿Dónde está mami?
—Estoy aquí. —La oigo que grita desde la terraza.
Avanzo por el pasillo hasta llegar al perchero, donde dejo mi abrigo y el bolso.
—¡Hombre! Pero si ya ha llegado la princesita de la casa. —Mi hermano Diego sale del salón y me envuelve entre sus brazos musculosos para darme un abrazo de oso. Somos una familia de esas que se están dando besos y abrazos constantemente, así que no me sorprende en absoluto el saludo de mi hermano. Detrás de él sale Jaime, mi otro hermano y su gemelo, y entre los dos me aprietan como si fuera el jamón york y el queso de un sándwich mixto.
—No puedo respirar —grito con la voz ahogada desde el pecho de Diego. Intento empujarlos, pero me tienen bien agarrada.
—Anda, enana, ¡no te quejes tanto! —dice Jaime—. Solo estamos dándole un abrazo a nuestra hermanita pequeña.
—Oye, ¡gamberros! Dejad a vuestra hermana, que ya no sois unos niños —dice mi madre cuando entra de la terraza. Todavía utiliza ese tono que usaba cuando éramos pequeños. Me acuerdo de todas las putadas que me hacían estos dos zumbados y me pongo de mala leche. Forcejeo un poco más contra el pecho de Diego, pero tengo que pellizcarle uno de los pezones y pisarle el pie a Jaime para que me suelten con un alarido.
Ambos rompen a reír, tocándose las zonas afectadas con disimulo, mientras yo todavía intento recuperar algo de aire. Les dedico una mirada de odio infantil y ellos responden aumentando sus carcajadas y despeinándome el pelo.
Sí, es surrealista. Tengo treinta y un años y mis hermanos siguen tratándome como si fuera una cría pequeña. Y no es que ellos sean mucho mayores que yo, ya que solo me sacan dos años. Pero así son ellos. Como Claudia no está en España y, además, ella es la mayor de los cuatro, solo me tienen a mí para molestarme.
Me recoloco con los dedos el pelo mientras mi madre se acerca y me da un beso.
—Estás muy guapa hoy, ¿te has hecho algo? —me pregunta. Me mira con un brillo de complicidad que me pone nerviosa. No sé qué tienen las madres que siempre saben cuando pasa algo. Debe de ser un sexto sentido que se desarrolla al dar a luz.
—Pues no, mami. Hace meses que no piso la peluquería —digo mirándome las puntas abiertas de mi melena castaña—. Pero, ahora que lo dices, no me vendría mal volver algún año de estos y acabar con toda esta paja.
—Bueno, pero que no te lo corten mucho, que tienes un pelo precioso.
—Gracias, mami —digo dándole un beso.
Si es que por algo mis hermanos me llaman la princesita de la casa. No lo hago a propósito, lo juro, pero es estar aquí y me sale la vena pelotillera. Debe de ser que, como siempre fui la pequeña, me sentía con la necesidad de llamar la atención. Y ¿cómo consigues que te hagan caso en una casa llena de niños? Pues siendo la única hija que da besos y abrazos sin que sea por obligación y protesta poco por norma general. Claro, porque un niño sigue siendo un niño por mucho que sea un listillo y, de vez en cuando, también se le tiene permitido quejarse.
Caminamos hacia la cocina donde mi padre está haciendo el sofrito de carne para la lasaña. Le doy un beso desde atrás y él se ríe.
Abro la nevera, que está llena de imanes y postales de todos y cada uno de los países que han visitado, para sacar una botella de agua y servirme un vaso. A pesar de tener cuatro hijos, mis padres siempre han sido muy modernos y un poco hippies. Desde bien pequeños, nos han llevado a conocer lugares en largos viajes en coche, cosa que agradezco porque es muy posible que yo no pudiera permitirme viajar a ninguno de esos países ahora que soy independiente.
—¿Te ayudo con algo? —pregunto después de darle un largo trago al vaso de agua fresca. A pesar de haberme tomado un ibuprofeno anoche, siento las consecuencias de la juerga de ayer y tengo la boca seca y pastosa.
—No, cariño. Ya está todo.
—Bueno, pues voy a poner la mesa.
—Diles a tus hermanos que te ayuden —grita mi madre desde otra habitación.
Los tres nos ponemos con la labor de colocar platos, vasos y cubiertos chinchándonos y golpeándonos con los hombros y, cuando nos queremos dar cuenta, la comida ya está preparada y espera humeante en nuestros platos.
La tarde transcurre de manera tranquila y, después de comer, nos tiramos todos en el sofá para ver una de esas películas que le regalan a mi padre con el periódico.
Hacia las siete de la tarde, vuelvo a mi casa, donde paso el resto del día sin hacer nada más que leer, ver la tele y comer una pizza precongelada.
Me siento un poco sola porque, a pesar de ser una mujer independiente, como no paro de repetir… que ya no sé si lo digo para creérmelo yo misma o porque de verdad me considero una, siempre he deseado tener esa sensación de compañía que te da otra persona. No sé si me explico. Las relaciones son complicadas, eso es un hecho irrefutable y a las pruebas me remito, pero sentir la presencia de alguien y tener la confianza suficiente como para no verte en la obligación de fingir una conversación, únicamente saber que esa persona está ahí porque te está acariciando el pelo mientras ves la tele o lees un libro, me parece envidiable.
Envidio esa conexión que tienen Laura y Carlos. Cómo, con una mirada, se lo dicen todo sin pronunciar siquiera una palabra. Y, mientras, yo estoy aquí sola comiendo una pizza repleta de grasas trans que se irán directas a mis cartucheras. Cosa que no necesito porque, como siempre resuelvo mis problemas ahogándome en toneladas de grasas saturadas, mi culo ya está bastante blandito.
Me pregunto qué estará haciendo Lucas. Es raro volver a una ciudad en la que hace años que no vives. Tus amigos, si es que siguen ahí, se han hecho a la idea de que tú, por el contrario, ya no estás y han rehecho sus vidas de manera independiente. Y, ahora que has vuelto, estás como en tierra de nadie.
Por una parte, todos los recuerdos de las cosas que hiciste cuando eras joven vuelven a ti impidiéndote seguir adelante, porque tú lo sientes como si el tiempo se hubiera detenido. Pero, al mismo tiempo, se crea en tu interior una sensación de vacío porque, en el fondo, es como si hubieran pasado siglos. Los sitios a los que ibas ya no existen o se han pasado de moda. La gente ya no te saluda por la calle, porque apenas se acuerda de ti. No recuerdas los caminos que solías coger para ir a un sitio o la mejor hora para ir a comprar el pan. Y tampoco puedes llegar e inmediatamente exigir atención, porque resultaría demasiado egoísta.
Me apetece llamarle, para ver cómo le van las cosas, pero no tengo su número de teléfono. Además, tampoco creo que tengamos la confianza suficiente como para hacer ese tipo de cosas. Intento desterrar de mi cabeza su imagen porque me veo venir y sé que, como siga así, terminaré por obsesionarme.
Se me hace tan extraño haber desarrollado esa clase de sensaciones hacia él… Hacía tanto que solo sentía diferente por Luis que no recordaba lo que era tener ganas de ver a alguien o saber qué es de él.
Me meto en la cama, hecha un adefesio. La verdad es que, cuando uno vive solo, descuida mucho su imagen. El moño medio caído y las gafas de culo de vaso me delatan. Además, los calcetines por encima del pantalón del pijama estoy segura de que no le resultarían sexis ni al más vicioso.

Cuando mis párpados ya no pueden soportar más los pensamientos que rondan por la materia gris de mi cerebro, me duermo. Y, aunque no recuerdo con claridad qué es lo que sueño, tengo en la mente prados verdes y cielos azules.

5 comentarios:

  1. Un final adorableeee! Que pillin Lucas! Jaja
    Será tensa la despedida?? 🙊🙊🙊
    Por cierto! Que vivan los calcetines por encima del pijama y los abrazos de oso! Me encantan los gemeloos! Quiero saber mas de ellos!
    Y sobre todo I ♥ Candela! Aunque eso no es una novedad! Jajaja

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    Respuestas
    1. Jajajajjajja muy pillín!!!
      Qué vivan! Claro que sí!!
      Ya te iré contando... Jajajajajja
      Ya te diseñaré un Candelo literario, para que dejes a nuestro novio tranquilo y sea solo para mi!
      Muuuuuuua corazón

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    2. Que ganas tenía de leer el nuevo capítulo.
      Espero que no tardes mucho en subir el nuevo!!!
      Muchísima suerte.

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    3. Que ganas tenía de leer el nuevo capítulo.
      Espero que no tardes mucho en subir el nuevo!!!
      Muchísima suerte.

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    4. Hola!!!!
      Qué bien! Cuánto me alegro de que te haya gustado.
      Subo todos los sabados/domingos!!
      Un besazo y muchas gracias!

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