Cuando
llego a la casa de mis padres, lo primero que siento es el olor a comida. El
chisporroteo del aceite en una sartén proveniente de la cocina se escucha en
cuanto abro la puerta con mi llave, y no puedo evitar sonreír. Me invade esa
sensación tan confortable de sentirme en casa.
Me
independicé cuando tenía veinticinco años y podía permitirme un alquiler,
aunque mi primera casa, por llamarlo de alguna forma, fuera un zulo de una
habitación que hacía de cocina, salón y dormitorio. También tenía una especie
de baño, que se podía llamar así porque tenía un inodoro, lavabo y ducha, pero que
medía dos metros cuadrados y estaba cercado por una pared de pladur. No os
podéis imaginar las piscinas que se formaban en el suelo cada vez que me
duchaba. Lo único bueno que tenía es que podías bañarte, hacer pis y lavarte
los dientes al mismo tiempo sin sentirte un ser extraño con capacidades
multitarea.
Cuando
cumplí los veintiocho, me harté de vivir como una mendiga y decidí que podía
pagarme un piso un poquito mejor. Así que, después de un par de meses de
búsqueda exhaustiva, encontré el apartamento donde vivo actualmente. Tiene los
azulejos de baños y cocina de la época en la que reinaba Carolo y gotelé en las paredes, pero,
por lo menos la cocina, el salón y el dormitorio son habitaciones
independientes, y el baño tiene paredes de verdad.
No
sé por qué decidí irme tan pronto de casa. Supongo que tenía la necesidad de
hacer algo por mí misma sin sentirme bajo el ala de mamá y papá. Además, como
todos los jóvenes que reciben su primer sueldo –aunque el mío fuera una caca de
la vaca– me sentía muy mayor e independiente. Por suerte, mis padres no son de
esa gente a la que les parece mal que sus hijos crezcan. Siempre nos han
ayudado a madurar y a fomentar nuestra vida aparte. De hecho, a mis hermanos y
a mí, siempre nos mandaban al extranjero durante los veranos para abrirnos los
horizontes.
Pero
aún así, en la casa de mis padres siempre me he sentido muy a gusto, en paz. Es
esa sensación que te hace suspirar de tranquilidad y saber que nada malo podría
pasarte entre estas cuatro paredes.
—Holaaa
—saludo mientras entro.
Mi
padre se asoma por la puerta de la cocina, delantal y cuchara de madera
incluidos, y me sonríe con ternura.
—Hola,
cariño. Estoy haciendo lasaña.
—Mmm,
¡qué bien! —digo yo—. ¿Dónde está mami?
—Estoy
aquí. —La oigo que grita desde la terraza.
Avanzo
por el pasillo hasta llegar al perchero, donde dejo mi abrigo y el bolso.
—¡Hombre!
Pero si ya ha llegado la princesita de la casa. —Mi hermano Diego sale del
salón y me envuelve entre sus brazos musculosos para darme un abrazo de oso.
Somos una familia de esas que se están dando besos y abrazos constantemente,
así que no me sorprende en absoluto el saludo de mi hermano. Detrás de él sale
Jaime, mi otro hermano y su gemelo, y entre los dos me aprietan como si fuera
el jamón york y el queso de un sándwich mixto.
—No
puedo respirar —grito con la voz ahogada desde el pecho de Diego. Intento
empujarlos, pero me tienen bien agarrada.
—Anda,
enana, ¡no te quejes tanto! —dice Jaime—. Solo estamos dándole un abrazo a
nuestra hermanita pequeña.
—Oye,
¡gamberros! Dejad a vuestra hermana, que ya no sois unos niños —dice mi madre
cuando entra de la terraza. Todavía utiliza ese tono que usaba cuando éramos
pequeños. Me acuerdo de todas las putadas que me hacían estos dos zumbados y me
pongo de mala leche. Forcejeo un poco más contra el pecho de Diego, pero tengo
que pellizcarle uno de los pezones y pisarle el pie a Jaime para que me suelten
con un alarido.
Ambos
rompen a reír, tocándose las zonas afectadas con disimulo, mientras yo todavía
intento recuperar algo de aire. Les dedico una mirada de odio infantil y ellos
responden aumentando sus carcajadas y despeinándome el pelo.
Sí,
es surrealista. Tengo treinta y un años y mis hermanos siguen tratándome como
si fuera una cría pequeña. Y no es que ellos sean mucho mayores que yo, ya que
solo me sacan dos años. Pero así son ellos. Como Claudia no está en España y,
además, ella es la mayor de los cuatro, solo me tienen a mí para molestarme.
Me
recoloco con los dedos el pelo mientras mi madre se acerca y me da un beso.
—Estás
muy guapa hoy, ¿te has hecho algo? —me pregunta. Me mira con un brillo de
complicidad que me pone nerviosa. No sé qué tienen las madres que siempre saben
cuando pasa algo. Debe de ser un sexto sentido que se desarrolla al dar a luz.
—Pues
no, mami. Hace meses que no piso la peluquería —digo mirándome las puntas
abiertas de mi melena castaña—. Pero, ahora que lo dices, no me vendría mal
volver algún año de estos y acabar con toda esta paja.
—Bueno,
pero que no te lo corten mucho, que tienes un pelo precioso.
—Gracias,
mami —digo dándole un beso.
Si
es que por algo mis hermanos me llaman la princesita de la casa. No lo hago a
propósito, lo juro, pero es estar aquí y me sale la vena pelotillera. Debe de
ser que, como siempre fui la pequeña, me sentía con la necesidad de llamar la
atención. Y ¿cómo consigues que te hagan caso en una casa llena de niños? Pues
siendo la única hija que da besos y abrazos sin que sea por obligación y
protesta poco por norma general. Claro, porque un niño sigue siendo un niño por
mucho que sea un listillo y, de vez en cuando, también se le tiene permitido
quejarse.
Caminamos
hacia la cocina donde mi padre está haciendo el sofrito de carne para la
lasaña. Le doy un beso desde atrás y él se ríe.
Abro
la nevera, que está llena de imanes y postales de todos y cada uno de los
países que han visitado, para sacar una botella de agua y servirme un vaso. A
pesar de tener cuatro hijos, mis padres siempre han sido muy modernos y un poco
hippies. Desde bien pequeños, nos han llevado a conocer lugares en
largos viajes en coche, cosa que agradezco porque es muy posible que yo no pudiera
permitirme viajar a ninguno de esos países ahora que soy independiente.
—¿Te
ayudo con algo? —pregunto después de darle un largo trago al vaso de agua
fresca. A pesar de haberme tomado un ibuprofeno anoche, siento las
consecuencias de la juerga de ayer y tengo la boca seca y pastosa.
—No,
cariño. Ya está todo.
—Bueno,
pues voy a poner la mesa.
—Diles
a tus hermanos que te ayuden —grita mi madre desde otra habitación.
Los
tres nos ponemos con la labor de colocar platos, vasos y cubiertos
chinchándonos y golpeándonos con los hombros y, cuando nos queremos dar cuenta,
la comida ya está preparada y espera humeante en nuestros platos.
La
tarde transcurre de manera tranquila y, después de comer, nos tiramos todos en
el sofá para ver una de esas películas que le regalan a mi padre con el
periódico.
Hacia
las siete de la tarde, vuelvo a mi casa, donde paso el resto del día sin hacer
nada más que leer, ver la tele y comer una pizza precongelada.
Me
siento un poco sola porque, a pesar de ser una mujer independiente, como no
paro de repetir… que ya no sé si lo digo para creérmelo yo misma o porque de
verdad me considero una, siempre he deseado tener esa sensación de compañía que
te da otra persona. No sé si me explico. Las relaciones son complicadas, eso es
un hecho irrefutable y a las pruebas me remito, pero sentir la presencia de
alguien y tener la confianza suficiente como para no verte en la obligación de
fingir una conversación, únicamente saber que esa persona está ahí porque te
está acariciando el pelo mientras ves la tele o lees un libro, me parece
envidiable.
Envidio
esa conexión que tienen Laura y Carlos. Cómo, con una mirada, se lo dicen todo
sin pronunciar siquiera una palabra. Y, mientras, yo estoy aquí sola comiendo
una pizza repleta de grasas trans que se irán directas a mis
cartucheras. Cosa que no necesito porque, como siempre resuelvo mis problemas
ahogándome en toneladas de grasas saturadas, mi culo ya está bastante blandito.
Me
pregunto qué estará haciendo Lucas. Es raro volver a una ciudad en la que hace
años que no vives. Tus amigos, si es que siguen ahí, se han hecho a la idea de
que tú, por el contrario, ya no estás y han rehecho sus vidas de manera
independiente. Y, ahora que has vuelto, estás como en tierra de nadie.
Por
una parte, todos los recuerdos de las cosas que hiciste cuando eras joven
vuelven a ti impidiéndote seguir adelante, porque tú lo sientes como si el
tiempo se hubiera detenido. Pero, al mismo tiempo, se crea en tu interior una
sensación de vacío porque, en el fondo, es como si hubieran pasado siglos. Los
sitios a los que ibas ya no existen o se han pasado de moda. La gente ya no te
saluda por la calle, porque apenas se acuerda de ti. No recuerdas los caminos
que solías coger para ir a un sitio o la mejor hora para ir a comprar el pan. Y
tampoco puedes llegar e inmediatamente exigir atención, porque resultaría
demasiado egoísta.
Me
apetece llamarle, para ver cómo le van las cosas, pero no tengo su número de
teléfono. Además, tampoco creo que tengamos la confianza suficiente como para
hacer ese tipo de cosas. Intento desterrar de mi cabeza su imagen porque me veo
venir y sé que, como siga así, terminaré por obsesionarme.
Se
me hace tan extraño haber desarrollado esa clase de sensaciones hacia él… Hacía
tanto que solo sentía diferente por Luis que no recordaba lo que era tener
ganas de ver a alguien o saber qué es de él.
Me
meto en la cama, hecha un adefesio. La verdad es que, cuando uno vive solo,
descuida mucho su imagen. El moño medio caído y las gafas de culo de vaso me
delatan. Además, los calcetines por encima del pantalón del pijama estoy segura
de que no le resultarían sexis ni al más vicioso.
Cuando
mis párpados ya no pueden soportar más los pensamientos que rondan por la
materia gris de mi cerebro, me duermo. Y, aunque no recuerdo con claridad qué
es lo que sueño, tengo en la mente prados verdes y cielos azules.
Un final adorableeee! Que pillin Lucas! Jaja
ResponderEliminarSerá tensa la despedida?? 🙊🙊🙊
Por cierto! Que vivan los calcetines por encima del pijama y los abrazos de oso! Me encantan los gemeloos! Quiero saber mas de ellos!
Y sobre todo I ♥ Candela! Aunque eso no es una novedad! Jajaja
Jajajajjajja muy pillín!!!
EliminarQué vivan! Claro que sí!!
Ya te iré contando... Jajajajajja
Ya te diseñaré un Candelo literario, para que dejes a nuestro novio tranquilo y sea solo para mi!
Muuuuuuua corazón
Que ganas tenía de leer el nuevo capítulo.
EliminarEspero que no tardes mucho en subir el nuevo!!!
Muchísima suerte.
Que ganas tenía de leer el nuevo capítulo.
EliminarEspero que no tardes mucho en subir el nuevo!!!
Muchísima suerte.
Hola!!!!
EliminarQué bien! Cuánto me alegro de que te haya gustado.
Subo todos los sabados/domingos!!
Un besazo y muchas gracias!