lunes, 22 de junio de 2015

Codo con codo - Capítulo 11

—¿De verdad no tienes nada con tu amigo? —Su voz suena dura, haciendo que me estremezca un poco. Me apetece fundirme con el ladrillo de la fachada que tengo detrás o convertirme en un camaleón capaz de cambiar de color y así pasar inadvertida.
—No, no hay nada. —Hago una pausa. Bueno, creo que siempre he tenido un pequeño enamoramiento con él…, pero no es correspondido, te lo aseguro. Como es evidente, eso no se lo digo. Solo somos amigos
—No sé, Elena… ¿Sabes eso que dicen de que los hombres muestran exactamente lo que hay? ¿Que no hay dobles tintas? Las mujeres os empeñáis en creer que todo tiene un mensaje oculto, pero, cuando un hombre te dice que te quiere, es de verdad.
—Ya sé que me quiere. —Le frunzo el ceño—. Es mi mejor amigo.
—Sabes a lo que me refiero. Te conozco desde una semana y ya te ha llamado dos veces, estando yo presente. Nadie se preocupa tanto por su mejor amiga, a no ser que sea porque, en realidad, la considere algo más. —Estira ambos brazos a mi alrededor apoyando las palmas en la pared, cerca de mi cabeza, de modo que estoy atrapada en una jaula humana hecha con su cuerpo.
—No, Lucas. —Niego con la cabeza—. Esto no es así. Nosotros… Luis y yo, un día ya nos enrollamos…, pero él paró porque dijo que no podía continuar. ¿No lo entiendes? No le gusto.
—O a lo mejor le gustas tanto que no podía joder contigo cualquier cosa que tuvierais antes de ese día.
—No sé… no. No creo. —Niego con la cabeza—. Lo que ocurre es que para Luis soy alguien con quien se entiende y se divierte sin sentirse en la obligación de llamar al día siguiente, después de haberse acostado. ¿No lo ves?
—No le conozco, Elena, y no sé cómo sois cuando estáis juntos…, pero, joder… —Se pasa la mano por el pelo, como rebuscando en su cuero cabelludo algo que esclarezca sus pensamientos—. Y que conste que tampoco me siento con el derecho a ponerme celoso… —Frunce el ceño—. Pero, puf… me está costando mucho evitarlo.
—¿Estás celoso? —pregunto extrañada.
—Ya lo creo, joder —gruñe él—. Entiendo que acabo de llegar a tu vida y no puedo exigirte nada…, pero te juro que llevo toda la semana pensando en ti, y no te imaginas cuánto tiempo hacía que no me pasaba algo así.
—¿En serio?
Madre del amor hermoso. Si es que estoy abocada al fracaso; voy de Guatemala a Guatepeor. ¿Quién me mandará a mí meterme en estos follones? No tengo yo bastante con tener la cabeza hecha un lío por uno rubio, que ahora me junto al moreno también. Y lo peor de todo es que se me cae la baba al pensar que este tío está celoso porque hablo con mi mejor amigo. ¡Y lleva toda la semana pensando en mí! La hostia puta. Esto es mucho para digerir. Pues podría haberlo demostrado un poquito, ¿no? No quiero darle la satisfacción de decirle que yo también he estado toda la semana pensando en él, pero ya podía haberme dejado un poco más claro que él también estaba interesado en algo más, ¿no? Más que nada para que mi pobre cerebro descansara aunque fuera un ratito, que con tanto analizar su comportamiento me parecía que iba a explotar de un momento a otro.
—En serio —susurra mientras los centímetros entre nuestras bocas disminuyen. Siento su aliento fresco y caliente al mismo tiempo sobre mis labios. Su olor, el calor que desprende su cuerpo, todo él me embriaga y cierro los ojos.
El beso es suave al principio, pero se vuelve más violento y pasional con el paso de los segundos. No sé qué me pasa con Lucas, pero me libera. Cuando estoy con él se me olvida que el mundo sigue a nuestro alrededor, que hay nueve planetas y que todos giran siguiendo su órbita en torno a una estrella gigante denominada Sol. Se me olvida que estoy en mitad de la calle de una ciudad pequeña, donde la gente me conoce… En fin, me transformo en un ente con cuerpo de plastilina que solo quiere seguir besando sus labios y ser tocada y moldeada, como si fuera el trozo de barro que utiliza Demi Moore en Ghost, por esas manos tan cuidadas y masculinas.
En un momento determinado, no sé cómo lo consigo, pero recuerdo que mi amiga Candela está sola en el bar, esperando por nosotros y me obligo a mí misma a separarme de él.
—Lucas… Candela. —Es lo único que logro decir mientras él mordisquea mi cuello.
—No, Elena. Candela se fue hace un rato a su casa —responde él con la voz ahogada por los besos.
—¡Mierda! ¿Se fue? —pregunto sorprendida.
—Pues sí. Tenía que hacer no se qué. —Continúa con el recorrido desde mi cuello a mi mandíbula. Va dejando besos y mordiscos alternativamente por toda la zona y siento cómo los poros de mi piel se hinchan y el vello se me eriza. La cabeza empieza a darme vueltas y, como no pare, no voy a ser capaz de contener el gemido que se está gestando en la base de mi garganta.
Dudo mucho que Candela tuviera algo que hacer un domingo por la tarde. Esta cabrona seguro que nos ha dejado a solas a propósito.
—Ya, sí, no sé qué —digo poniendo los ojos en blanco—. Espera, para. —Dios, seguro que estamos montando un espectáculo—. Lucas, para, por favor. La gente nos está mirando.
Una pareja de la edad de mis padres pasa a nuestro lado. La mujer nos mira con aire reprobatorio. Solo le falta decir esa frase tan típica de «esta juventud de hoy en día». El problema es que yo ya no soy esa adolescente con las hormonas revolucionadas y sin responsabilidades que podía andar dándose el lote por la calle sin ninguna repercusión importante. Y solo de pensar que me pueda ver alguien conocido o un paciente hace que me muera de la vergüenza.
Parece que a este chico le da todo igual o no entiende mis palabras, porque me cuesta Dios y ayuda separarle de mi cuello.
—Venga, vamos a mi casa —digo mientras intento recordar cómo era el estado de esta cuando me fui esta mañana. Platos recogidos, ropa sucia en el cubo, cama hecha… Vale, creo que está todo en orden. Y el hecho de ir a mi casa sí que parece ser un aliciente suficiente para dejar libre mi anatomía. Nos desenredamos del lío de brazos y lenguas y nos encaminamos hacia mi coche sin mediar palabra.
El silencio vuelve a hacerse algo incómodo y yo estoy repasando de forma mental mi grado de depilación cuando él comienza a hablar.
—Oye, Elena. Y ¿dices que a ti, ese tal Luis, te gusta?
Mierda. Pensé que había conseguido que no le prestara demasiada atención a mi pequeña declaración kamikaze.
—A ver… es complicado. ¿Sabes esa frase que dice que quieres todo aquello que no puedes tener?
—Sí, claro —responde él asintiendo, mientras frunce el ceño.
—Pues eso es lo que me pasa a mí con Luis. Cuando le conocí, hacía poco que había roto con mi novio… y él fue un soplo de aire fresco. Al principio, pensé que sí podríamos tener algo…, pero él no es hombre de una sola mujer, ¿sabes? Además, sé que no se toma nada en serio. Y yo, a estas alturas, no sé…
—¿A estas alturas, qué? —pregunta él levantando una ceja, impaciente.
—Pues que a estas alturas ya no sé si estoy dispuesta a perderlo por algo que tampoco sé si va a llegar a buen puerto, ¿entiendes?
Llegamos a mi coche y ambos nos montamos. Me parece que somos los dos muy dados a los silencios, o que estamos totalmente enfrascados en nuestros pensamientos, porque volvemos a permanecer callados un rato. Lo miro de reojo un par de veces para comprobar que sigue observando la calle desde la ventanilla del copiloto. Coge aire, como si fuera a hablar, pero no dice nada. No es hasta dos veces más tarde que consigue pronunciar las palabras.
—Pero, si supieras que él siente algo por ti y que está dispuesto a dar el paso, ¿lo intentarías?
Lo miro un poco sorprendida, porque no entiendo a qué viene tanta insistencia. ¿Qué más le dará a él? La primera respuesta que me viene a la cabeza es un sí rotundo. «Claro, por supuesto que lo intentaría». Pero luego me acuerdo de todas las veces que he estado a punto de dar el paso para luego retroceder, de todas las veces que él me ha contado sus escarceos nocturnos, lo que he oído en la sala de café entre médicas y enfermeras… No. Luis es mi mejor amigo y, si no fuera un gigoló, sería el hombre perfecto…, pero, el problema es que sí que lo es. Y yo no podría con eso.
—Eso no va a ocurrir, Lucas. Y, además, tampoco sé si lo haría…
—Entonces, ¿qué es para ti esto que tenemos nosotros? —me pregunta él, girándose para mirarme.
Cambiando de tema, ¿no?
 «No puedes quedar como una gilipollas de nuevo, Elena. Por lo menos, con Lucas tienes que mostrarte fuerte desde el principio. ¿Que te mueres por sus huesos? Sí. ¿Que harías todo lo que él te pidiera ahora mismo? También. Pero eso él no puede saberlo, así que finge que esto es solo un rollo.»
—Hombre, pues no sabría decirte…, pero tampoco creo que haya un nosotros, ¿no?
El silencio que precede a su respuesta es sepulcral. Cuando llegamos a un semáforo, lo miro, porque no sé qué pasa con él. ¿Le ha dado un ictus? ¿Se ha atragantado con una mota de polvo y está intentando contener un ataque de tos hasta ponerse morado? Pero no, él simplemente sigue observando a los peatones, distraído.
—Bueno, un nosotros hay, ¿no? —Cuando vuelve a hablar, casi estamos llegando a mi garaje. De hecho, ya no esperaba su respuesta, así que me asusto un poco—. Lo que importa es que ambos tengamos claro lo que significa.
—¿Y qué significa para ti? —Ahora tengo curiosidad por saber qué piensa él. Si dice que quiere que nos casemos mañana mismo y que tengamos cinco hijos, aceptaré. Pero espero que no diga eso, porque no tendría ni siquiera vestido y siempre he querido tener una boda de princesas. Mierda, y tampoco estoy ovulando. Tendremos que aparcar esas ideas para más adelante.
—Significa que me pareces preciosa, inteligente y divertida, pero que no me siento preparado para una relación. —Au, eso duele. Yo aquí imaginándome destinos de luna de miel y él diciéndome que solo quiere un rollo. Mierda.
—Vale, estamos de acuerdo, entonces.
«¡Muy bien dicho, Elena! ¡Así se hace!»
¿Qué es ese ruido? Ah, sí, tu corazón rompiéndose en mil cachitos más y más pequeños.
Ya he aparcado el coche y estamos entrando en el portal, cuando él dice.

—Perfecto. 

domingo, 7 de junio de 2015

Codo con codo - Capítulo 10

Cuando terminamos nuestras bebidas, nos decidimos por un bar de tapas para comer. Mi obsesión por la manera de comportarse de ambos parece disolverse un poco entre bocado y bocado.
Mi madre siempre dice que no se puede tratar conmigo cuando tengo hambre. Necesito que el buche se me llene, por lo menos hasta la mitad, para ver las cosas con un poco de perspectiva. Así que, después de un par de raciones, me parece que Candela ha vuelto a ser un poco más ella misma, aunque sigue actuando de manera extraña. Empiezo a pensar que lo hace para darme un empujón porque, en realidad, no parece estar interesada en Lucas más allá de lo cordial. Además, eso no sería de muy buena amiga, ¿no?
El restaurante que hemos elegido es una de esas cervecerías modernas que tienen cuatro chorradas para comer, pero que están todas buenísimas. Y yo me he pasado al agua porque, como siga bebiendo alcohol, no voy a poder coger el coche con el que mañana tengo intención de ir al hospital.
La charla se ha vuelto menos trascendental, en todos los sentidos, y los tres estamos pasando un buen rato. Hablamos sobre el tráfico, un parque nuevo que van a construir cerca del hospital y sobre cine. Descubro muchas cosas sobre Lucas, como que le encantan las películas de terror y, sin embargo, detesta los musicales. Dice que la música no se puede frivolizar de esa manera, que para disfrutarla de verdad hay que escucharla en directo o desde un buen equipo de música. Nada de cuatro adolescentes engominados y con mallas gritándole al amor desgañitados. Me entra la risa porque al decir esa última frase se lleva la mano al pecho y mira al cielo, fingiendo uno de esos ataques. No estoy de acuerdo con él en absoluto, porque adoro los musicales desde que vi Sonrisas y Lágrimas con tres años, pero me gusta que le guste la música en vivo. Además, el cine de terror sigue siendo uno de mis géneros favoritos aunque tenga que verlo con un solo ojo –el otro suele estar tapado por un cojín, la manta, o el cartón de las palomitas–.
Pedimos un café y estamos en la sobremesa cuando mi teléfono suena desde mi bolso.
—¿Sí? —respondo tras comprobar quien llama.
Hey, nena. —La voz de Luis retumba contra mi tímpano. Usa ese tono gamberro que me hace sonreír—. ¿Qué haces?
—Estoy comiendo por ahí con Cande y Lucas. —El ruido del local me impide escucharle correctamente, así que me levanto de la mesa mirando a ambos y haciendo un gesto con la mano para explicarles que salgo fuera para hablar por teléfono—. Espera, que no te oigo bien —continúo cuando estoy en la calle—.Ya.
Así que estás comiendo otra vez con ese Lucas, ¿eh? —me dice él pronunciando su nombre con un poco de retintín
—Iba a comer con Cande, pero nos lo encontramos. ¿Por qué? ¿Te molesta? —digo tomándole el pelo.
Ya sabes que odiaré a cualquier hombre que pase más tiempo que yo contigo —responde él con un tono divertido.
—¿También a Jaime y a Diego? —me río por su actitud infantil—. ¿Y a mi padre? —añado con falsa ironía.
Bueno, a ellos se lo perdono porque son de tu familia… Y porque no quieren acostarse contigo. En cuanto al resto… están muertos si se atreven a ponerte un dedo encima.
Y, como siempre, el tonteo está ahí. No creo que sea consciente del daño que me hacen sus palabras, y no sé hasta qué punto él se lo toma en serio, pero, después de este tipo de conversaciones, yo necesito una sesión de terapia con mucha comida o mucho alcohol, en su defecto.
—Ay, nene, ¡qué agresivo te pones! —Me río—. Ya sabes que no eres mi novio y que no puedes controlarme.
Que no sea tu novio no significa que no me importe con quién estás o quién te toca… Elena —dice mi nombre en un susurro y parece que la conversación ha pasado a ponerse un poco más seria. El tono de su voz se ha transformado y ya no suena tan bromista como antes.
Joder, ¿lo veis? Es que ya no sé si estoy malinterpretando las cosas. Cuando se pone así, me parece ver que él siente algo por mí también. Pero, como siempre, soy demasiado cobarde para salir de dudas. Prefiero tenerlo como amigo que no tenerlo de ninguna de las maneras. Y sé que, si él volviera a rechazarme, yo no podría seguir adelante sin dañar nuestra relación de manera irreversible. Mi autoestima ya está bastante por los suelos, así que intento quitarle peso al asunto.
—Venga, Luis. —Suelto un suspiro—. No te enfades. ¿Querías algo?
No, nada…—Él también suspira—. Solo llamaba para ver cómo estás.
—Estoy bien, tonto. —Cierro los ojos y me froto la frente. Voy caminando de un lado a otro por la acera, pero me paro para preguntarle bajito—. ¿Y tú?
Bien, también… Es que el otro día, al final, me quedé un poco rayado después de hablar por teléfono contigo.
—¿Sí? No tenías por qué, bobo. Lo del puesto ha sido un poco extraño, pero bueno… ya sabes que no tenía ninguna esperanza.
Ya…, pero aún así, no sé, te noté tan rara… Pensé que, a lo mejor, habías decidido ponerte esa fachada de mujer dura que usas cuando estás que te cagas por la patita. Ya sabes, —se ríe un poco—, como cuando nos conocimos.
—Luis, hace como siete años que nos conocimos… —Me río un poco—. Ni siquiera creo que te acuerdes.
—¿Cómo no me voy a acordar? Conocí a la mujer de mi vida ese día, Elena. —Y, como siempre, mi nombre sale de entre sus labios como si fuera algo especial, mágico y poderoso.
¿Qué hago? ¿Cómo puedo dejar de hacer algo que me provoca tanto daño, pero que, al mismo tiempo, me llena? Sé que es masoquismo puro y duro, pero no puedo salir de esto.
Me cuesta sangre, sudor y lágrimas, pero vuelvo a tomar una actitud divertida, porque me ayuda a tomarme las cosas menos en serio. Si yo misma me convenzo de que esto es cachondeo, sufriré menos. Tengo que repetírmelo mentalmente varias veces como si fuera un mantra para poder seguir adelante con la conversación sin delatarme.
—Anda, tonto. No me digas esas cosas, que me enamoro.
—¿No lo estás ya? Ya sabes que yo te quiero. —A pesar de notar que está bromeando, no puedo evitar pensar que todo esto quiere decir algo más.
Siempre he pensado que las bromas son una forma más sencilla de decir verdades. Hay gente que presume de ser muy sincera, pero, incluso para ellos, es menos complicado decir una verdad cuando lo dices con una broma.
Cuando mi hermana Claudia lo dejó con su novio en el instituto, se dedicó a comerse todo aquello que contuviera un porcentaje de grasas trans superior a lo permitido de manera legal. En pocos meses, se puso como una vaca, pero ninguno de nosotros podíamos decírselo, ya que contribuiríamos a que comiera más y más por la depresión de haber perdido también su bonita figura. Así que, cuando me preguntaba si estaba como una foca, yo siempre le decía «No, Clau, como una foca, no. Como un león marino». Lo decía mirándola con ironía, para que quedara claro que estaba de coña aunque, en el fondo, sí que pensaba que estaba bastante gorda.
Muchas veces es más fácil decir las cosas de esa manera que la verdad a secas. ¿Por qué? Porque las verdades duelen. Incluso las buenas. Son como un puñetazo en la boca del estómago que te deja sin aliento durante unos segundos. Algunas duelen más que otras, y algunas tienen efecto a la larga, pero todas duelen. Cada decisión que tomamos, cada acto y, en definitiva, todo lo que hacemos tiene una repercusión. Y, a veces, no somos conscientes del daño que le hacemos a la otra persona con nuestra sinceridad. Así que es mucho más fácil decirlo todo de risas, con bromas. Si la otra persona se ofende, siempre puedes aludir a que no lo decías en serio, que estabas de coña y, esta te creerá porque le convendrá más creer eso que la verdad, que es lo que en realidad hace daño.
Me pesa tanto el corazón dentro del pecho que creo que está apretándome los pulmones impidiendo que el aire entre del todo. El diafragma me comprime la base del estómago y se me revuelve la comida que empieza a ser digerida. Me froto la frente, me despeino el pelo y respiro de manera entrecortada. Y todo esto intentando aparentar normalidad porque, ante todo, no puedo dejar que él note lo que me hace sentir.
—Luis, venga. Vamos a dejarlo, porfa. —Mi paciencia empieza a flaquear porque, aunque yo también estoy bromeando, hace tiempo que esto dejó de ser un juego para mí y mi pobre corazón se resiente cada vez más con sus palabras.
¿Por qué, Elena? ¿Te pone nerviosa que te diga que te quiero? —Y él parece haberse dado cuenta también de que volvemos a ponernos serios.
No sé ni cómo ni cuándo empezamos con esta relación tan dañina, al menos para mí, pero cada vez aparecen más estos momentos de seriedad, que me ponen muy nerviosa. Y, la verdad, me dan ganas de decirle que sí, que me pone de los nervios que me diga que me quiere, porque no lo hace como yo quiero que lo haga. O que acabemos de una vez por todas con esta tensión que no sé de dónde sale, o si va hacia algún lado…, pero que, por el camino, a mi me está dejando hecha una puta mierda.
—No, Luis. Sé lo mucho que me quieres y ya sabes que yo también te quiero mucho, pero…
No le había oído llegar, pero, al girarme sobre mí misma para apoyarme contra la pared del edificio, veo a Lucas detrás de mí con el ceño fruncido. Bueno, esto es la leche. Encima, todavía se enfadará.
Lo que pasa es que no creo que sepas cómo te quiero yo, Elena. —Luis, sin saber quién está oyendo la mitad de la conversación, continúa. Pero ya no puedo prestarle atención.
—Claro que lo sé, tonto. Eres mi mejor amigo. —Y lo digo más para que lo sepa Lucas que para Luis, para que entienda que solo estoy hablando con un amigo.
No sé por qué, pero me siento como una zorra traidora. Hasta hace unos segundos, mis sentimientos hacia Luis eran tan intensos que había olvidado por completo que Lucas me esperaba dentro del restaurante con Candela. Pero, ahora que lo tengo delante, la sensación de que mi amigo ha pasado a un completo segundo plano me invade y solo puedo mirar fijamente al chico parado frente a mí.
Apoyo la espalda contra la pared, buscando un soporte que aguante mi peso. Lucas se aproxima despacio hacia mí, con sus pupilas de color negro intenso rodeadas por un iris esmeralda con vetas doradas fijas en las mías.
No sé cómo lo consigue, pero tengo la sensación de que este hombre es capaz de leerme los pensamientos solo con mirarme y eso me aterra. Porque entonces descubrirá que estoy hecha un lío, que estoy medio enamorada de mi mejor amigo y de que, al mismo tiempo, empiezo a sentir algo muy intenso por él, cosa que es absurda, ya que apenas nos conocemos.
Los centímetros se van reduciendo entre nosotros, hasta que su pecho está rozando el mío. Me invade el olor de su colonia, tan masculino, con una base de madera y especias, que llega a mi pituitaria y le envía a mi cerebro un montón de mensajes pecaminosos. El silencio al otro lado del auricular me recuerda que Luis aún no ha respondido a mis últimas palabras, así que vuelvo a hablar.
—Luis, tengo que dejarte, ¿vale? —Espero unos segundos; no hay respuesta—. Hablamos más tarde.
Está bien, Elena… —Suspira audiblemente y vuelve a hacer eso que hace cada vez que pronuncia mi nombre—. Pero creo que va siendo hora de que tengamos una conversación seria.
—¿Una conversación seria? —pregunto extrañada—. ¿Sobre qué?
No es algo sobre lo que me gustaría hablar por teléfono, la verdad.
—Está bien. —Suspiro—. Cuídate, porfa.
Claro, nena. —Hace una pausa—. Un beso.
—Un beso.
Finalizo la llamada aún con mis pupilas fijas en las de Lucas. El silencio se hace insoportable, así que estoy a punto de romperlo cuando él se me adelanta.