sábado, 9 de mayo de 2015

Codo con codo - Capítulo 6

Ya en la calle, la brisa fresca del otoño me despeja un poco los pensamientos. Me siento bien, tranquila y contenta. Y la sonrisa que llevo en los labios le muestra el mundo que soy capaz de ser una chica normal de mi edad sin intenciones de complicarse la vida. Me prohíbo a mí misma que los pensamientos se tornen quejumbrosos y lastimeros, así que me doy una palmadita mental en la espalda por haber salido airosa de la situación. Si la cosa no llega a más, mira, que me quiten lo bailao porque he morreado (como solíamos decir de pequeños) con un tío bueno de los de verdad, además de encantador, listo y divertido.
En cuanto veo la lucecilla verde de un taxi, me aproximo a la acera para pararlo. Y, debe de ser que transmito las buenas vibraciones, porque nunca había conseguido que me hicieran caso tan rápido.
Cuando llego a mi casa, me desvisto con premura y me meto en la ducha, ya que tengo el tiempo justo para ducharme y arreglarme.
El agua caliente me afloja los músculos del cuello y espalda y me ayuda a liberar esa tensión que acumulamos durante el día.
Me lavo el pelo con fuerza, masajeando las raíces con la yema de los dedos y me aplico un poco de acondicionador en las puntas.
Una vez fuera de la ducha, me seco con energía y me planto frente al armario en busca de un modelito.
Al final, me decanto por unos vaqueros pitillo y una camisa amplia de color blanco con brocado en el cuello que me sienta genial. No soy de llevar mucho tacón de forma habitual, pero hoy me decido por unos botines negros con unas buenas alzas, porque sé que todas irán de punta en blanco y no quiero ser menos.
Termino de arreglarme, haciendo especial hincapié en disimular las ojeras a base de capas de chapa y pintura, cojo la cazadora de cuero negra y el bolso y salgo de casa pitando, que ya llego tarde, para variar.
El Deluxe no queda demasiado lejos de mi casa, pero no es que sea yo muy hábil caminando con tacones, además de que pienso beberme hasta el agua de los floreros esta noche, así que cojo un taxi en la parada al final de mi calle.
Cuando abro la puerta del local, veo en el fondo una mesa ocupada por tres chicas, dos morenas y una rubia. Mis amigas. Camino hacia ellas, esquivando a la gente que se arremolina junto a la barra, y Candela, que es la que está mirando al frente, me sonríe mientras me acerco.
—Perdón por el retraso —digo cuando llego junto a ellas. No puedo evitar poner los ojos en blanco al recordar aquel meme tan cruel con la misma frase…
—Ya te conocemos, ¡así que no te hemos ni esperado para pedir! —dice Sofía con ironía.
—Vale, vale. Lo siento. Es que estaba en «algo» cuando me habéis avisado. —Me siento en la mesa y le doy un sorbo al vino que ya tenía servido en la copa, esperándome.
—Huuuuuuy, en algo, ¿eh? —dice Laura con sorna—. ¿Y qué es ese algo? Si se puede saber… ¿o mejor debería decir en «alguien»?
Miro a mis tres amigas, que esperan con expectativa las explicaciones. Me fijo en Candela, que es la más seria de las tres, y veo que me está sonriendo con picardía.
—Bueno, digamos que ese alguien se llama Lucas —respondo mirando hacia otro lado. Un camarero muy mono nos sirve los platos y veo cómo le sonríe a Laura, aunque ella no le presta atención.
—¡Serás cabrona! —grita Sofía—. ¡Te lo dije! ¡Te dije que le gustabas!
El local está a rebosar. Nos encanta el sitio porque está céntrico y la relación calidad/precio es espectacular, pero he de reconocer que la acústica no es demasiado buena, así que tenemos que forzar un poco las cuerdas vocales para hacernos oír sobre el barullo de fondo.
Me río por lo absurdo de la situación. Todas estas conversaciones me parecen un poco surrealistas para chicas de treinta y tantos años.
—A ver, espera —digo entre risas—. ¿Me vas a dejar que os lo cuente o no?
—Dispara. —Es lo único que añade.
Comienzo mi discurso. Les relato cómo me vino a buscar para comer, cómo fue todo en el restaurante, la llamada de Luis y el café en su casa. Me guardo para mí el momento de llorera, más por vergüenza que por otra cosa, pero se parten de risa cuando les cuento cómo escupí el café y cómo eso degeneró en el beso.
—Así que es por eso que estabas de tan mala hostia cuando te llamé, ¿no? —dice Laura—. Estabas al tema y, claro, te corté todo el rollo.
—Tú me dirás, guapa —digo mientras le doy un sorbo a mi copa de vino—. Estábamos en el momento «primer beso» y vas tú ¡y nos interrumpes! —El alcohol nos empieza a hacer un poco de efecto, así que las cuatro nos desternillamos de la risa según les voy contando cómo fue mi tarde.
—¿Y dices que se va a quedar en España una temporada? —pregunta Candela.
—Eso parece. —Asiento con la cabeza un par de veces—. Su padre está bastante enfermo, así que ha venido a echarle una mano a su madre —respondo mientras le doy un bocado a mi comida.
—Vaya, ¿algo grave? —me pregunta Laura.
—Pues tiene Alzheimer. Debe de estar bastante mal para haber decidido aparcar su vida en Estados Unidos para venir aquí. Aunque tampoco me ha dado muchos detalles. —Me encojo de hombros—. No creo que sea algo de lo que le guste hablar.
El camarero regresa con los segundos platos mientras nosotras seguimos charlando animadamente sobre Lucas, el hospital, y cómo no, de cada uno de los hombres de nuestra vida.



Laura lleva varios años con Carlos, con el que está planeando su boda. Tienen una relación muy estable, pero sé que todo el tema de los preparativos está causando estragos en ellos. Como en todos los enlaces, las suegras están echando un pulso para demostrar quién tiene más poder. Más de una vez, ambos han comentado que estarían encantados de mandarlo todo a la mierda e irse a las Vegas. No me imagino a Laura casándose disfrazada de Marilyn y a Carlos de Elvis, pero sé que estarían más que dispuestos para evitar todo el embrollo en el que sus madres les han metido.
Candela rompió hace relativamente poco con Pedro, con el que llevaba un par de años saliendo y todavía no ha superado su ruptura. Así que solo despotrica contra los hombres cada vez que tiene oportunidad. Está mal que yo lo diga, pero es la mejor de las cuatro. A pesar de parecer una persona muy seria, tiene esa clase de carácter que te hace saber cuándo eres importante para ella, desviviéndose por cada una de las personas que están a su alrededor. Cuando nos conocimos en la carrera pensé que me odiaba, no me preguntéis por qué. Supongo que tiene que ver con que de primeras es una persona algo hermética y callada. Pero, con el tiempo, he sabido valorar su personalidad algo introvertida, haciendo que cada detalle que tiene hacia nosotras tenga mucho más valor, porque sabes que es de verdad. De manera que es una pena que su relación con Pedro no cuajara. Siempre habíamos pensado que estaban hechos el uno para el otro. Pero resultó que él no era tan bueno como todas creíamos, cuando hace algunos meses descubrimos que estaba con otra al mismo tiempo.
Sofía, que es la rompecorazones oficial, anda saltando de rollo en rollo. No le he conocido relación seria desde que somos amigas, de eso hace ya unos cuantos años, y parece que no está interesada en encontrarla. Ella dice que, cuando sea vieja, tendrá un montón de perros –ya que, como a mí, no le gustan los gatos– y viajará por todo el mundo. Se convertirá en la «tita Sofía» para nuestros hijos y les consentirá en todo aquello que nosotras no hagamos.
Y, por último, estoy yo. Mi último novio, Dani, y yo rompimos hace ya algunos años. Fui tan ingenua al pensar que iba a ser el amor de mi vida…, pero nuestra relación no era sana. Éramos ese tipo de parejas que se adoran, pero que no paran de discutir. Nos peleábamos tanto que, cuando un día se nos fue de las manos y casi acabamos a golpes, decidimos darnos una tregua. Hubo alguna recaída durante los dos años siguientes a la ruptura e intentamos reconciliarnos un par de veces, pero está claro que los amores pasionales no son tan sanos como los pintan las películas románticas. Yo, por lo menos, no le encontré el sentido y sigo sin hacerlo. Discutir es bueno siempre y cuando sea en su justa medida, y está bien encontrar en la otra persona a alguien con quien tratar los puntos de discordia. Pero creo que dos personas tan temperamentales como lo éramos nosotros dos nunca podrían ser felices juntas. Todo sea dicho, yo estaba muy enamorada. Y sé que él también. Pero no podía ser.
Al poco tiempo, empecé a trabajar en el hospital y conocí a Luis, de modo que Dani pasó al olvido. Y sé que es un tópico y que es bastante posible que tenga poco sentido pillarse por un tío con el que sabes que nunca llegarás a nada más allá que una amistad, pero, gracias a él, conseguí pasar página. Aunque esa página nueva resultó ser menos sana que la anterior. Me acuerdo como si fuera ayer de la primera vez que lo vi. Estaba en mi primer año de residencia y me tocaba el área de psiquiatría. Siempre me he sentido un tanto incómoda tratando con enfermos psiquiátricos, no sé por qué. Supongo que el ser humano en sí mismo ya es demasiado complicado como para añadirle una enfermedad de este tipo. Y, en el área de psiquiatría, lo menos que te puedes encontrar es una persona con depresión. El caso es que ese día estaba especialmente nerviosa, y me estaba tomando una tila en la sala del café. Luis apareció tan tranquilo, con su uniforme de médico, y me dedicó una sonrisa de esas que te dejan sin aliento. Se acercó a mí con paso decidido y se presentó.
—Tú debes de ser Elena —me dijo con una sonrisa de oreja a oreja—. Me han comentado que estabas un poco nerviosa por tu primer día en psiquiatría. Pero no te preocupes, yo seré tu compañero. —Hizo una pausa como intentando recordar algo importante—. Por cierto, soy Luis —añadió estirando la mano en mi dirección.
La seguridad en sí mismo y la manera de mirarme me hicieron saber que todo iba a estar bien, así que solo pude sonreírle y estrechársela. Supe desde aquel momento que no iba a ser capaz de borrar de mi cabeza esa sonrisa radiante y la sensación de paz que me transmitió. Consiguió que se me olvidara el hecho de estar entre enfermos mentales y que disfrutara de mi tiempo en esa área. Y, a partir de ahí, nos hicimos muy buenos amigos.
Creo haber dejado claro que yo siempre le he considerado algo más que un amigo, pero también era consciente de que él no estaba interesado en otro tipo de relación que no fuera la amistad. Siempre estaba pendiente de mí y sé que se preocupa por lo que me pasa, pero, aquella Nochevieja en mi casa, me quedó bien claro que no iba a pasar nada más entre nosotros.



Cuando hemos terminado de cenar y pagado la cuenta, salimos a la calle en dirección a un bar de copas. No somos muy originales, así que con el paso de los años hemos ido creando una rutina de sitios a los que vamos siempre. El paso siguiente al Deluxe suele ser el Soho así que, como no está demasiado lejos, las cuatro caminamos hacia allí.
Es uno de los locales de moda. Está dividido en dos zonas, una con mesas y sofás y otra con la pista de baile. La verdad es que, si lo que estás buscando es tomar una copa tranquila, no lo recomendaría porque las luces están demasiado bajas y la música muy alta, pero a nosotras nos encanta porque podemos hacer un poco de todo. Si nos apetece echarnos unos bailecitos, solo tenemos que levantarnos de la mesa y caminar unos cuantos pasos. Además, de tanto venir, conocemos a toda la plantilla y siempre tenemos una mesa reservada en nuestro rincón favorito.
Dos gintonic después, estamos todas desternillándonos de la risa por una historia que nos cuenta Laura.
—Y viene el señor y me dice que, aunque tenga setenta años, él quiere seguir activo. Ya me entendéis. —Las risas y el alcohol hacen que la voz de Laura suene turbia.
—¿El tío quería seguir dándole? ¡No me digas! —grita Sofía, partiéndose de la risa.
—Sí, sí, pero espera, que viene lo mejor —digo yo, que ya me conozco la historia.
—Pues lo mejor es que la mujer me decía que no desde atrás con la cabeza, con una cara de susto que no os podéis imaginar. —Laura coge un pañuelo de su bolso, y se seca las comisuras de los ojos empapadas con lágrimas por la risa—. Y claro, yo no sabía qué hacer, porque él estaba muy empeñado en que sí, que quería seguir con el tema. Pero el susto que tenía su mujer era de escándalo.
—¿Y qué hiciste al final? —pregunta Candela descojonándose.
—Pues le hice una receta para Viagra cuando la mujer por fin cedió, pero con la condición de que no le pusiera «muy jovencito». —Termina de contar la historia riéndose histéricamente. Todas acompañamos su ataque, riendo de igual manera.
Debemos de parecer un grupo de hienas borrachas desde fuera, y soy consciente de que un grupo de chicos de unas mesas más allá no nos quita ojo.
—Que no le pusieras muy jovencito —repite Sofía entre carcajadas—. Madre mía, ¡pobre señora! ¿Y no le recetaste a ella un lubricante?
—Hombre, les recomendé que se lo tomaran con mucha calma, que a esas edades las caderas se resienten y que nadie se recupera del todo de una fractura.
—Dios mío, esto es peor que cuando me vinieron dos hermanas a que les revisara la vista —dice Sofía aún riéndose—. La pequeña debía de tener cinco años y le chivaba las letras a su hermana.
—Ay, pobre. —Me río—. Quería ayudar a su hermanita mayor.
—Sí, claro. Pero, al final, tuvimos que sacarla de la sala porque la hermana no veía tres en un burro y no le estaba sirviendo de nada la revisión.
—Madre mía, si es que pasa cada historia en los hospitales… —Candela se seca las lágrimas de los ojos con el dedo mientras niega con la cabeza.
—Perdonad que os moleste, chicas. —Un chico de unos treinta y tantos se ha acercado a nuestra mesa y nosotras ni siquiera nos habíamos dado cuenta—. Pero a mis amigos y a mí nos gustaría invitaros a una copa —dice señalando a la mesa de chicos que no nos quitaba ojo.
—¿Ah sí? —responde Sofía—. Pero, ¿tenéis edad para beber alcohol? —dice entre risas.
—Para beber alcohol y otras muchas cosas —dice él, con una sonrisa traviesa—. Si quieres, te lo demuestro.
—Uuuuuuh —responde ella—. Perro ladrador, poco mordedor —añade mientras lo repasa de arriba abajo con una mirada sugerente—.Yo tomaré un Tanqueray con limón, por favor. ¿Y vosotras, chicas?
—Yo, un Cacique cola —dice Laura apurando el contenido de su vaso aún medio lleno.
—Seagrams con tónica —añado yo.
—¿Y tú, guapa? —le pregunta a Candela con una sonrisa seductora.
—Yo puedo pedirme mi copa, muchas gracias —responde ella de malas maneras.
Todas la miramos sorprendidas, pero el chico sigue sonriendo de la misma manera.
—¿Estás segura, preciosa? —insiste él.
—Tan segura como de que tu presencia aquí me resulta ofensiva. —La cara de Candela es un poema.
A todas nos entra un ataque de risa por la respuesta y la cara de pocos amigos que tiene. Sabía que estaba en contra de los hombres, pero me hace gracia presenciar cómo la callada y tímida Candela está perdiendo los papeles.
Él, ni corto ni perezoso, se da la vuelta hacia la barra con la misma cara de seductor chulito.
—Voy a ir a vigilarle, no vaya a ser que nos eche algún somnífero de esos para caballos en la bebida —dice Sofía mientras se levanta de la mesa y se dirige a la barra.
Observo cómo se aleja mi amiga contoneando las caderas con cada paso. Varios hombres se giran para mirarla, y no me extraña, porque es muy llamativa. La combinación de sus facciones, con su melena oscura ondulada, los ojos rasgados y azules, hace que sea imposible no verla. Y si acompañas el paquete con un cuerpo de escándalo y unos taconazos que dan vértigo solo con mirarlos, además de una personalidad arrolladora, el resultado es un bombonazo de sangre caliente llamado Sofía. Cuando llega junto a la barra, le pasa el brazo por el hombro al chico y comienzan a hablar susurrándose al oído.
Parece que estamos todas un poco ensimismadas observando a nuestra amiga, porque no hemos abierto la boca desde que esta se ha ido.
—¿Qué te ha pasado con el pobre chaval, Cande? —le pregunto cuando vuelvo al mundo real.
—No me ha pasado nada, tía. Es que me molesta la actitud de esa clase de hombres tan chulitos, tan seguros de sí mismos. ¿Se cree que no puedo pagarme una copa, o qué? —dice ella con indignación. Se toquetea el pelo rubio como hace cada vez que está nerviosa o enfadada.
—Venga mujer, no te lo tomes así —dice Laura agarrándola por los hombros—. El chico solo quería ligar un poco.
—Bueno, pues que ligue con vosotras, que yo ya estoy harta —responde Candela, bufando un poco.
Justo cuando estoy intentando contribuir a que se tranquilice el ambiente, Sofía vuelve con dos copas en la mano seguida por nuestro nuevo amigo.
—Se llama Juan —dice ella mientras se gira para mirar al chico—. Estas son Laura y Elena. La que te mira con odio se llama Candela, pero no se lo tomes a mal. No te odia a ti en concreto, solo a tu género en general.
—Ya me dejas más tranquilo —dice él mientras deja las otras copas sobre nuestra mesa y acerca una silla junto a Candela—. ¿Y se puede saber qué te ha hecho mi género, reina?
—Existir —responde ella tajante, mirándole de manera desafiante—. Yo que tú no me acercaba tanto a mí, no vaya a ser que te escupa en un ojo.
—Huy, tienes carácter, ¿eh? —dice él sonriendo con malicia—. Justo como a mí me gustan. Dicen que las respondonas son las más calientes en la cama, ¿lo sabías?
Abro los ojos como platos, porque el chico es un kamikaze total. ¿No le han enseñado nunca que no se puede vacilar a una mujer cabreada?
—No quieras seguir por ahí. —La cara de asco que le pone mi amiga me hace ver que está perdiendo la paciencia. No puedo evitar que toda esta situación me haga gracia y todas observamos la pelea verbal con interés.
—Si esto cada vez se pone más interesante —dice él aproximándose a ella aún más.
No sé en qué momento se han acercado los amigos de Juan a nuestra mesa, pero están cogiendo sillas y colocándose en los huecos que hay entre nosotras. A mi lado se coloca un tío con el pelo castaño oscuro, bastante mediocre físicamente.
—¿Qué les pasa a estos? —me pregunta acercándose a mí.
—Parece que tu amigo ha perdido el instinto de supervivencia y está provocando a mi amiga Candela.
—Mmm, provocando, ¿eh? —La proximidad de este chico hace que sienta que me falta un poco el aire. Está invadiendo mi espacio vital y me pongo muy nerviosa. Además, huelo su aliento cargado de alcohol, lo que me produce un escalofrío—. Soy Jorge, por cierto —añade él, en un tono sensual que no hace más que contribuir a mi mal estado.
—Elena —respondo sin mirarle.
—Bueno, chicas. —Salvada por la campana. El chirrido que produce la silla de Candela contra el suelo al levantarse hace que toda la sala la mire—. Yo ya me he cansado de aguantar gilipolleces. ¿Nos vamos?
—Pero, princesa, ¡qué carácter tienes! —dice Juan mirándola aún con una sonrisa socarrona.
—Tío, ¡que me dejes en paz de una puta vez! ¿Qué parte de que te vayas a la mierda no has entendido? —grita ella ofendida.
—Venga, mujer, no te enfades —dice él con actitud conciliadora—. Solo te estoy tomando el pelo.
Ay amigo, llegas tarde. Lo miro negando con la cabeza, porque no sé quién le ha enseñado al pobre hombre a ligar. ¿No te dabas cuenta de que esa no era una buena táctica?
—Pues ya me he hartado. ¿Nos vamos? —pregunta impaciente.
—Sí, sí. Claro —digo yo mientras le doy el último sorbo a mi copa. Me levanto para salir con ella, que ya ha echado a andar en dirección a la salida.
Laura sale después de mí sin dilación, pero Sofía se ha quedado un poco rezagada. Parece que uno de los amigos de Juan le ha llamado la atención.
—Lo siento, chicas. Pero es que no podía aguantar más memeces de ese subnormal —dice Candela cuando estamos todas ya caminando hacia una parada de taxis.
—No te preocupes, tía —responde Sofía—. La verdad es que se ha puesto un poco pesado.
—Pues sí, aunque se veía que le gustabas, ¿eh, Cande? —interviene Laura.
—Por Dios, pero ¿qué le voy a gustar? —responde ella exasperada—. A ese lo que le pasa es que es un gilipollas engreído.
—Que no, tía —digo yo—. Se notaba a leguas que le molabas, aunque tenía una técnica muy poco depurada en el arte del flirteo. Por cierto, Sof, ¿has conseguido el número del guaperas que tenías al lado?
—Hombre, ¿qué te crees si no que estaba haciendo? —dice ella riendo.
Ya en la parada, nos despedimos con un abrazo y cada una cogemos un taxi para que nos lleve a casa.
Para cuando llego a la mía, son las cinco de la mañana y estoy molida. Lo primero que hago es quitarme los botines con un par de patadas y lanzarlos bien lejos. ¡Cómo me duelen los pies! Cojeo hasta la cocina e inspecciono el contenido de la nevera a ver si hay algo que pueda comer, pero no hay más que huevos y unos yogures a punto de caducar, así que me resigno a coger un trozo de pan duro que sobró de ayer. Me tomo un ibuprofeno con un vaso de agua, ya que mañana iré a comer a casa de mis padres y no me apetece levantarme con una resaca de mil demonios.
Me preparo para dormir y me meto en la cama. Una vez dentro, las sábanas fresquitas me abrazan y cojo el móvil para programar la alarma del despertador. Suspiro rememorando todo lo que me ha pasado hoy. Ha sido un día muy largo, la verdad. Pienso en Lucas, en sus ojos verdes y sus labios gruesos. Me entra una risita infantil al recordar el beso y cierro los ojos intentando conservar en mi memoria la sensación que tuve al estar contra él y, no sé cuándo ni cómo, pero, finalmente, me duermo.

4 comentarios:

  1. Como siempre, lo he leído con una sonrisilla tonta, y me he reído con ganas con la sabia palabra de "morreo" y sobre todo en la parte del que quiere hacerse el jovencito!! 😂😂😂 Lo peor es que cosas peores se ven!! Jajajaja
    Me ha encantado poder conocer un poquito más a cada una de las Catas, es genial! Me encanta el genio de Candela y la locura de Sofía!!
    Muchos besos amorosos!

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    1. Corazón!!
      Cuánto me alegro de que te haya gustado.
      Si algún día llego a publicarlo (lo sé, eso es decir mucho, pero soñar es gratis) ten por seguro que vas a tener un sitio privilegiado en mi área de agradecimientos. No te imaginas cuánto me anima a seguir leerte todas las semanas.
      Lo del morreo es una palabra estupenda (no como obstetricia jajajjaj).
      Y lo del jovencito está basado en un hecho real (me lo contó una amiga de mis padres que es médico jajajjaj).
      En fin, María, de verdad. Muchísimisimas gracias por leerme y seguir ahí.
      Ya hasta te quiero! Jajaja
      Un superbesazo guapísima!

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  2. Alaaaaa tíaaa! Que mona eres por favor! Ni que yo tuviera ningún tipo de mérito!! Ya sabes que me encanta leerte, de hecho siempre estoy deseando de que llegue el siguiente capítulo!
    No sé si es un sueño o no, pero ten claro que si alguna vez te publican, seré de las primeras en comprarlo, y me sentiré orgullosa como si fuera un cachito mío!

    Por cierto qué te ha hecho a ti la palabra obstetricia? Tenéis tan mala relación como la mía con blogger! Jajaja

    Me ha hecho mucha ilusión lo que me has dicho! Eres tan adorable! (L)
    Mil besos cosa guapa

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    1. Sabes esa sonrisilla de gilipollas que se te queda cuando te dicen algo bonito y te da vergüenza? Pues es la misma que tengo yo ahora mismo.
      La palabra ostetricia me parece horrorosa para una profesión tan bonita como es traer bebes al mundl jajaja. No entiendo como no han inventado otra que se asemeje más al ese acto, la verdad! Jajajajaj
      Tú si que eres adorable <3
      Me estás haciendo volverme una moñas sensiblera jaja.
      Muuuuuuuuua

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