sábado, 23 de mayo de 2015

Codo con codo - Capítulo 8

El lunes me despierto incluso cinco minutos antes de que suene el despertador.
¡Qué rabia! Odio cuando ocurre eso.
Mire, señor cerebro, a ver si nos ponemos de acuerdo. No hay que despertarse ni pronto, ni tarde, sino ¡a la hora!
He de reconocer que la razón principal de mi despertar temprano es que estoy ansiosa por llegar al hospital para ver al Morenazo. Así que me levanto de la cama de un salto, con más ánimo que nunca, y estiro todo mi cuerpo hasta hacer que me crujan incluso las uñas de los pies.
Pongo una cafetera y, mientras se hace el brebaje mágico que me convierte en persona, me doy una ducha. Me visto con unos pantalones de talle alto en color negro, una camisa amplia de rayas blancas y negras, meto estratégicamente uno de los lados por dentro del pantalón para que me estilice un poco la figura y me maquillo de manera sutil, pero efectiva. Quiero que se me vea la cara fresca y resplandeciente sin que se note que he estado más de media hora maquillándome. Un poco de corrector por aquí, un poco de colorete por allá, rímel… Y ¡listo!
Desayuno todo lo rápido que puedo y me lavo los dientes a conciencia hasta transformar el aliento de sueño, café y tostadas en un fresco olor mentolado. Salgo de casa con las llaves del coche en la mano sintiendo que, a cada paso que doy, me voy poniendo más nerviosa.
Venga, mujer. ¡Madura de una vez!
Me monto en mi Golf y salgo del garaje. Hace un día precioso. El sol brilla desde el cielo azul, despejado de nubes casi por completo. Hay alguna masa blanca esponjosa, pero que no enturbia en absoluto el maravilloso día que hace. El tráfico a estas horas de la mañana suele ser un poco pesado, sobre todo los días que llueve. Pero, como me he despertado pronto y la meteorología está de mi parte, voy con tiempo de sobra.
Mientras circulo por las calles de mi ciudad y voy esquivando a los demás coches, empiezo a hacer conjeturas acerca de mi reencuentro con Lucas.
¿Cómo actuaremos la próxima vez que nos veamos? ¿Seremos naturales? ¿Fingiremos que el otro día no pasó nada?
Hombre, él parecía interesado en continuar, ¿no? Por lo menos, no se veía que le hiciera mucha ilusión que me marchara… Aunque, claro, un hombre con un caso grave de dolor de huevos por inanición sexual tampoco es que sea demasiado fiable. Pero me insistió en que le diera mi número de teléfono… Eso quiere decir que le apetecía repetir, ¿no? O, por lo menos, llegar hasta el final.
En fin, Elena, ¡no te rayes! Ya veremos lo que pasa.
Avanzo a través de la entrada del recinto del hospital, y dejo el coche aparcado en una plaza libre del parking exterior. Camino hasta las escaleras y empiezo a subir peldaños sintiendo que me estoy haciendo vieja. Joe, de verdad voy a tener que empezar a hacer algo de ejercicio. Me sacaría un ojo antes de admitirlo en voz alta, pero, al final, va a tener razón Filomena. Aunque, luego me intento convencer a mí misma de que la nueva moda son las chicas con curvas, ¿no? Mal de muchos, consuelo de tontos…
Llego a mi planta con la lengua casi fuera, la frente brillante por el sudor y el pañuelo del cuello en la mano. Y eso que he cogido el ascensor.
¡Vaya calor!
Veo a Lucas charlando al fondo del pasillo con Antonio, así que me escapo hacia mi despacho antes de que me vean y tenga que acercarme a saludar con la cara como si fuera un Gusiluz.
Ay, no me he preparado lo suficiente psicológicamente. ¿Por qué me da tanta vergüenza verlo?
Me quito las capas de ropa que me sobran y me miro en el espejito que siempre llevo en el bolso para secarme un poco el sudor que hace que mi cara brille como una bombilla. Me recoloco el pelo, me echo un poco de vaselina con sabor a mora en los labios y los aprieto juntos un par de veces para que esta se distribuya de manera homogénea.
Me abanico la cara con las manos, sintiendo que todavía estoy demasiado nerviosa para salir y volver a verlo.
¿Pero qué leches me pasa?
Por Dios, si parezco una adolescente con la cara llena de acné y las hormonas revolucionadas. Hago ejercicios de respiración y me concentro en relajar mi corazón que late desbocado dentro de mi pecho. Solo me falta sentarme en el suelo con las piernas cruzadas, unir los dedos índice y pulgar con las palmas hacia arriba y decir “ohm”.
Mientras me relajo, intento buscar una estrategia para hablar con él. Lo más normal sería que le enseñase la planta, que le contase un poco cómo han sido los últimos casos que hemos tratado y los que tenemos ahora entre manos. Además, tengo que explicarle cuál es nuestro método de actuación y preguntarle cosas sobre su experiencia de Estados Unidos. Si vamos a tener que trabajar juntos, lo mejor será que hagamos una simbiosis de todos nuestros conocimientos para sacarle el mejor partido a la situación, ¿no?
En cuanto a nuestra relación personal… No quiero que se piense que soy una fresca que anda dándose el lote con el primero que encuentra, pero tampoco me apetece darle la imagen de que soy una pava con los hombres.
Ay, Dios. ¡Es que soy una pava!
¿Cómo actuaría una persona de mi edad, madura y razonable, en este tipo de situaciones?
Y ¿por qué me hago estas preguntas tan ridículas?
«Solo tienes que ser natural. Solo tienes que ser natural…»
Suelto el aire un par de veces más y muevo los brazos, como si me estuviera preparando para entrar a un ring de boxeo. Salgo de mi consulta sin pensármelo dos veces para no arrepentirme. Lucas y Antonio siguen charlando con tranquilidad en el mismo sitio donde los vi al llegar, así que me acerco hacia ellos con una sonrisa cordial.
—Buenos días —les saludo.
Ambos estaban tan concentrados en la conversación que ni siquiera se habían percatado de que estaba a su lado. Cuando me oye, Lucas levanta la vista y me sonríe de una manera que hace que mis bragas se bajen solas y se metan directamente en la lavadora.
«Tranquilidad, Elena. Tus bragas siguen a buen recaudo dentro de los pantalones.»
—¡Hombre! —Antonio, que es de estas personas efusivas que se alegra siempre de verte, me saluda con una sonrisa. Es tan gracioso…—. Justo estábamos hablando de ti.
—Ah, pues… —Hago una pequeña mueca—. Espero que fuera bueno.
Él suelta una risotada y Lucas le acompaña, pero de manera silenciosa.
—Claro. Nunca podría hablar mal de ti. —Mi jefe me agarra por el hombro y me acerca un poco hacia donde ellos están parados —. Le estaba diciendo a Lucas que tú te vas a encargar de darle toda la información que necesitéis para poneros manos a la obra. Por lo que he visto, hay un caso en el que el tratamiento no está funcionando y tenemos que buscar alguna solución.
—Sí, bueno…, de hecho, quería hablar contigo sobre ello. —Miro a Antonio en primer lugar, pero luego levanto la vista (con la sensación de que son unos cuantos kilómetros) hasta encontrarme con los ojos verdes de Lucas, que me miran fijamente. Carraspeo con timidez, por la impresión que me acaba de causar encontrarme con sus dos pupilas fijas en las mías, y le explico de qué se trata—. Es una niña de año y medio con leucemia linfoblástica aguda. Se la diagnosticamos hace seis meses y le hemos estado dando quimio. Pero, por lo que se ve, no ha dado resultado y tenemos que realizar un trasplante. Les hemos realizado las pruebas pertinentes a los padres y no pueden donar médula. Los bancos ahora mismo están saturados y tendríamos que esperar unos cuantos meses más. Y no tenemos tanto tiempo, por lo que creo que lo mejor será que busquemos un cordón umbilical compatible. Ya me he puesto en contacto con…
—Haz lo que tengas que hacer —me interrumpe Antonio—. Sabes que confío en tu criterio, Elena. Espero que, entre los dos, consigáis algo. —Nos mira a Lucas y a mí—. Bueno, pues os dejo para que podáis poneros con ello.
Nos da un suave apretón en el brazo a cada uno y se marcha dejándonos solos. Veo cómo mi jefe se aleja por el pasillo y, cuando ya no puedo alargarlo más, me vuelvo para mirar a Lucas de nuevo.
—Hola —dice con esa sonrisa bajabragas.
—Hola —repito como un papagayo.
Él suelta una risita y me hace una señal con la mano hacia el pasillo, para que vayamos hacia su despacho.
—Bueno, entonces…, cuéntame. ¿Qué tal el fin de semana? —dice mientras echamos a andar.
—Bien. —Oh, genial. Qué elocuente soy—. ¿El tuyo?
—Bien, también —dice sonriendo—. Aunque, bueno, el viernes tuve un pequeño problema…
Lo miro de reojo y observo cómo sonríe travieso.
—Ah, ¿sí? —Finjo inocencia.
—Se ve que una preciosa doctora que trabaja en este mismo hospital no quiso quedarse a pasar la tarde conmigo…
—Vaya… —Me muerdo el labio y niego con la cabeza, demostrando una falsa incredulidad—. ¿Y qué fue exactamente lo que ocurrió?
Llegamos a su despacho, abre la puerta y me hace un gesto para que pase.
—¿Que qué ocurrió? —repite él, pensativo—. Pues… —Entra después de mí y cierra la puerta tras él. Se coloca delante de mí y avanza mientras yo reculo marcha atrás hasta apoyar la espalda contra la pared—. No sé si debería decírtelo… es algo entre ella y yo, ¿no crees?
Se me corta la respiración. ¿Qué está pasando aquí?
—Mmm, no sé. Siento curiosidad por…
No puedo continuar hablando porque atrapa mis labios entre los suyos y me da un beso de caerse de culo. Me agarro a sus brazos para no deslizarme por la pared, porque mis rodillas han decidido no colaborar y se han puesto a temblar como gelatina. Su lengua se cuela en mi boca y se enreda con la mía. Sus besos saben a menta y a él. Es un sabor propio que no se puede comparar al de nadie más. Coloca sus manos en mi cintura y me presiona contra su estómago.
Ay, Dios. Creo que se nos está yendo de las manos.
Seguimos besándonos hasta que siento los labios adormecidos. No sé quién se separa antes, pero, cuando lo hacemos, ambos estamos intentando recuperar el aliento.
—Joder —murmura él todavía agarrado a mi cintura—. El recuerdo no te ha hecho justicia, Elena.
Asiento desorientada, sin saber muy bien qué decir.
«A ti tampoco te ha hecho justicia» sería una buena opción. Pero entraríamos en un bucle de repetir lo que dice el otro, y tampoco me parece buena táctica.
Intento pensar de manera racional, así que me separo de él colocando una mano sobre su pecho. No puedo evitar presionar su pectoral un poco más de lo estrictamente necesario deleitándome en el tacto duro de su cuerpo a través de la camisa blanca que lleva.
—Dios, Lucas. —Cojo aire de manera desacompasada, aunque intento normalizar mi respiración—. No podemos hacer esto aquí, en el hospital.
—Sí, tienes razón. —Asiente con la cabeza mientras se aleja hacia su mesa, donde se sienta—. Venga, ¡a trabajar!
Suspiro, por una parte agradecida por que haya cedido con tanta facilidad, pero inexplicablemente decepcionada por la misma razón. No es que prefiriera que se hubiese puesto un poco pesado, pero… en el fondo sí.
¿Cómo puedo ser tan contradictoria?
Me siento en la silla frente a su mesa y nos ponemos al día de los casos que tenemos pendientes. En menos de una hora, nos hemos distribuido el trabajo para ponernos manos a la obra.



El resto de la semana transcurre sin altercados. No hay más besos entre Lucas y yo. Me digo a mí misma que estoy agradecida por ello, pero, en el fondo, me preocupa.
¿Significa eso que ya no vamos a volver a besarnos?
Está claro que la parte preocupada se lleva la palma esta vez.
¿Tendría que haberle aclarado más la situación? ¿Le quedaría claro que me refería a que no quería que nos liáramos en el hospital, pero que no tendría ningún problema en aceptar una cita fuera de aquí?
Esas preguntas no dejan de rondarme por la cabeza durante toda la semana. No puedo evitar ponerme un poco nerviosa cada vez que me encuentro con él. Además, en la reunión de equipo de la semana, me descubro a mí misma leyendo la misma frase veinte veces sin ni siquiera comprender una palabra. ¿Y todo por qué? Porque estoy demasiado pendiente de cada gesto que hace Lucas, que está sentado a mi lado. Siento cada uno de los movimientos que su pierna hace cerca de la mía por debajo de la mesa, el calor que irradia su brazo a escasos centímetros del mío, el leve aroma a champú que sale despedido de su cuerpo cuando se pasa la mano por el pelo… Cada uno de sus gestos hace que se me disparen las señales de alarma y mi sistema nervioso simpático se ponga en marcha acelerándome el pulso.
Además, ¿sabéis esa sensación que se tiene cuando piensas que alguien te está mirando? Como si sintieras un cosquilleo en uno de los laterales de tu cara, que incluso te atreverías a decir que se ha teñido de rojo bermellón. Pues con él me pasa todo el tiempo. Mi parte más serena se niega a darle el gusto de girar la cabeza para comprobar si lo está haciendo o no. Pero, la masoquista y curiosa que hay en mí, de vez en cuando toma el relevo haciéndome mirar en su dirección para ver qué leches observa con tanto ahínco. Y, siempre que he cedido a mis instintos más primarios, él tenía la vista fija en un punto próximo a mí, pero no en mí.
¿Y por qué me desilusiono cada vez que ocurre eso? ¿Por qué se me queda en el cuerpo la sensación de tristeza equivalente a la que me causaría la separación de mi grupo musical favorito? Porque me gustaría que me mirara a mí en lugar del a-saber-qué que hay detrás de mi cabeza. Como si estuviera deseando pillarle con las manos en la masa. ¡Zas! Cazador cazado. Además, la Elena que sigue creyendo en los unicornios y en las hadas rosas se imagina el cuerpo a cuerpo de miradas que se iniciaría en ese momento. Le pillaría mirándome, él me sonreiría, yo le devolvería la sonrisa, coqueta, habría unos cuantos aleteos de pestañas por mi parte, otra sonrisa sexi que me dejaría con el pulso por las nubes y las glándulas sudoríparas en pleno rendimiento, mis niveles de oxitocina alcanzarían el límite de lo permitido, su mano recorrería mi muslo por debajo de la mesa, mi mano abanicaría mi cara y… ¿Qué? ¿Desde cuándo tengo una imaginación tan viva?
Está claro que tanta tensión sexual no resuelta está causando estragos en mi cabeza. Cuando soy consciente de que me estoy yendo por los cerros de Úbeda, imaginando cosas que no debería, me riño a mí misma. Vale que las fantasías sean libres, que ni siquiera nosotros mismos podemos controlarlas y que tampoco esté mal tenerlas, pero… ¡oye! Que lo de vivir en el país de la golosina y en la calle de la piruleta tendría que haber quedado muy atrás. Muerto y enterrado.
El único consuelo que le encuentro a esta situación es que estoy descubriendo a un Lucas muy profesional. Me encanta su manera de interpretar mis ideas y cómo él las complementa para cerrar los casos. Es verdad que todavía no hemos visto resultados, pero, lo poco que hemos podido hacer en lo que llevamos de semana, me gusta mucho. Además, aunque sea abierto y extrovertido, tiene un lado misterioso que me resulta excitante. A veces, se queda en silencio, como encerrado en su mundo. Es en ese momento cuando me permito deleitarme con las vistas que nos ofrece. Le observo cómo frunce el ceño de concentración, cómo se aprieta su mandíbula haciendo que las sienes le aleteen, la manera distraída en la que se pasa la mano por el pelo dejándolo tan desordenado que me apetece alargar la mía para recolocárselo, cómo se muerde el interior del labio inferior… Es como si se concentrara tanto en lo que está haciendo que se le olvidara que el mundo sigue en movimiento fuera de su burbuja. Y, aunque es una pena que esos trances duren tan poco, la verdad es que no deja de sorprenderme porque cuando, de repente, vuelve al mundo de los mortales, siempre propone alguna idea brillante. Es como si socavara en el interior de su mente en busca de algo genial. Un tesoro escondido. Y el tío siempre lo encuentra. Me deja anonadada.
Alguna vez incluso creo que ha coqueteado también conmigo. Aunque, de manera tan sutil que ni siquiera sé a ciencia cierta si lo estaba haciendo. No sé qué ha pasado con el chico que conocí hace una semana, ese que iba directo a la yugular y me besaba como si fuera lo único importante en el mundo… Parece que, cuando se pone serio, lo hace de verdad, ¿no?
Debo admitir que este tira y afloja me está resultado demasiado excitante, porque no hace otra cosa que mantenerme en constante tensión por si hay alguna señal o gesto que debo interpretar.
El problema es que, cuando llego a casa, me paso las horas dando vueltas a cada una de las cosas que hemos hecho juntos, a cada indicio de que su comportamiento significa algo, a estudiar cada palabra por si llevara un mensaje oculto, y me enfado conmigo misma y con él porque me parece que me estoy empezando a enganchar demasiado, y me parece muy peligroso.
¿No estaré buscándole las tres patas al gato porque es lo que me interesa…?
Madre mía, es que me gusta mucho.
Ay, no he dicho eso en voz alta, ¿verdad?
Todavía estoy intentando cogerle el tranquillo a todo esto, pero, desde luego, pinta demasiado feo. Porque, si empieza a gustarme de verdad, no sé cómo le sentará eso a mi pobre corazón.



4 comentarios:

  1. Madreeee Luis! Que viene y arrasa! Pero menudas cosas le dice a mi Helen!
    Y divino Lucas arrimando pecho...yo también quiero mamá!
    Sigo muriendo con lo de la foca! Jajaja Voy tener que pensar seriamente todas las bromas que me hacen..
    Ah! Y ♥ Sonrisas y Lágrimas, Cats y Mamma mía! Jajajaj
    Besitoooos!

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    1. Mi amooool!
      A que si? Que vivan los musicales! Jajajjajajaj
      Y sí, las bromas son una manera suave de decir las verdades, así que ándate con ojo.
      Muuuuuuuuuua <3

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  2. Si??? De verdad??? No quiero esperar una semana a ver qué pasa!
    Cada vez los haces más cortos!! Queremos más!

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    1. Jajajajajaja joooo, lo siento!
      Os parecen cortos?? Intentaré hacerlos más largos!!
      Me alegro de que queráis más!
      Un besoooo

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