En
el frente del portal se encuentran dos ascensores, así que caminamos en
silencio hacia ellos. Lucas le da al botón de llamada y a mí me empiezan a
temblar un poco las rodillas.
Después
de la comida, me sentía lo bastante valiente para ir a su casa y tomar un café
tranquilo. Pero ahora los nervios comienzan a apoderarse de mí.
¿Qué
pasará ahí arriba? O
mejor dicho… ¿pasará algo?
Ay,
Dios. Me odio a mí misma por ser así. Tengo la impresión de que nunca seré lo suficiente
adulta como para superar este tipo de miedos. Y más cuando mi subconsciente
cabrón, ese que siempre me hace echarme para atrás cuando las cosas vienen un
poco más complicadas, está pugnando por salir para hacerme correr en dirección
contraria.
—Estás
muy callada, ¿no? —Menos mal que Lucas interrumpe mi torrente de pensamientos.
No es que yo me considere una persona negativa en especial, pero reconozco que
me acojono enseguida. Y, aunque me esfuerzo mucho en superar mis miedos y
paranoias, me cuesta mantener el tipo en según qué ocasiones.
—Solo
estaba pensando —respondo quizás demasiado bajo. No es hasta que me sale la voz
entrecortada que me doy cuenta de lo nerviosa que estoy en realidad.
—¿Y
qué pensabas exactamente? —me pregunta divertido.
—Pues…
Nada. Supongo. —La falta de firmeza de mis palabras hace que Lucas me sonría
con lo que detecto que es un poco de ternura.
La
verdad es que, con independencia de su físico imponente, me hace sentir muy
cómoda. No es de esos tíos que se creen los reyes del mundo solo por ser guapos
y listos. No sé. Me parece que se esfuerza por caerle bien a la gente y que aún
no se ha dado por vencido en cuanto a lo que le queda por aprender de los
demás. Las personas así me gustan. Lucas me gusta. Mierda. ¿De verdad he
admitido eso? Vaya, ahora sí que estoy en un buen lío.
—Venga,
mujer. Es solo un café. —Me da un ligero toque en el hombro y así se disuelve
parte de la tensión que se ha ido creando en el ambiente.
Por
suerte, el timbre del ascensor nos avisa de que ya ha llegado. Como es obvio,
una vez que nos encontramos en ese recinto metálico de un metro cuadrado, la
tensión vuelve a construirse. Me estoy empezando a volver un poco paranoica,
porque no sé si soy yo la única que lo siente. Nos colocamos cada uno en una
pared del ascensor, mirándonos el uno al otro. Y ahí está otra vez esa
sensación, cada vez con más y más intensidad. Siento como si un lazo hubiera
unido nuestras pupilas de forma irreversible. Él me sonríe y yo le devuelvo la
sonrisa, nerviosa.
Por
fin llegamos a su piso y siento alivio y pérdida a partes iguales cuando
salimos al rellano. Lucas no se demora demasiado en abrir la puerta, y pronto
nos encontramos en una habitación enorme, espaciosa y muy iluminada que hace de
salón y recibidor. A pesar de que pensaba que me encontraría un piso poco
amueblado y a medio terminar, la estancia que se presenta ante mí es perfecta.
Paredes blancas, suelos de madera oscura, cortinas blancas… Un sofá de cuero
oscuro, moderno y precioso, con un equipo de televisión y música completo.
Incluso tiene varias plantas, ¡y no están muertas! Tendrá que decirme cómo lo
hace porque yo no consigo que me sobrevivan ni los cactus.
Él
me observa en silencio mientras yo doy cuenta de todo lo que tiene. Los muebles
están escogidos con mucho gusto y, aunque en el aire se nota el toque
masculino, es un piso en el que yo podría vivir bien a gusto sin hacer muchas
modificaciones.
—Venga,
pasa. No te quedes ahí —me dice él haciendo un gesto con la mano—. Siéntate
mientras yo preparo el café.
Hago
caso a lo que me dice y me siento en el sofá mientras le oigo trastear por la
cocina.
—¿Cómo
lo quieres? —me grita desde la otra habitación.
—Con
leche y sacarina, si tienes. Si no, azúcar está bien —le contesto también a
voces.
Sentada
desde aquí veo algunas fotografías colgadas en la pared, así que me levanto
para observarlas más de cerca. Son en blanco y negro. Hay una de la Torre Eiffel desde abajo, otra de las
vistas desde el Empire State, con
todo Nueva York en movimiento. Algunas son desde un acantilado, con las vistas
al mar. Diría que todas son preciosas.
—Las
hizo mi exmujer. —No le había oído llegar, de modo que pego un saltito por el
susto. Me giro y veo que deja una bandeja con el café y las tazas en la mesa
auxiliar que está frente al sofá y se aproxima a la pared donde están colgadas
las fotos.
—¿Estuviste
casado? —le pregunto bajito. No sé por qué nos estamos poniendo tan íntimos.
—Sí.
Me divorcié hace tres años —responde él aún con la vista fija en las
fotografías—. En realidad, hacía ya tiempo que vivíamos vidas totalmente independientes
antes de separarnos.
—Vaya.
—No sé qué decir—. ¿Estás bien?
—Sí,
sí. Como comprenderás, al principio fue duro. Pero ya no nos queríamos, o al
menos no de la forma que se supone que tienes que querer a alguien con quien
estás casado. Así que decidimos que lo mejor era seguir viviendo el uno sin el
otro.
Joder,
vaya confesión.
—¿Estuvisteis
muchos años juntos?
—Nos
conocimos en el instituto. Fue un amor de juventud, supongo.
—Joe,
tuvo que ser difícil separarse después de tanto tiempo, ¿no?
—Bueno,
como te digo, llevábamos ya mucho tiempo viviendo vidas independientes. Cuando
me fui a estudiar a Estados Unidos, ella se vino conmigo, y estuvimos viviendo
allí varios años. Al principio éramos felices, pero supongo que ella se sentía
un poco sola, al estar tan lejos de casa. Al poco tiempo, empezó a estudiar
fotografía y, cuando terminó, se convirtió en una gran profesional. Viajaba
mucho por trabajo, así que cada vez nos veíamos menos y, cuando lo hacíamos,
las cosas ya no eran iguales. —El tono de su voz denota un poco de nostalgia,
pero no como si sufriera por ello sino como cuando recuerdas una época en la
que fuiste feliz—. Yo me pasaba demasiadas horas en el laboratorio y ella
necesitaba salir y entrar para no sentirse atrapada. Así que, cuando me quise
dar cuenta, ella ya había viajado por todo el mundo y yo no había podido
acompañarla. En fin, —suspira con resignación—, supongo que, si mis
sentimientos hacia ella hubieran sido los mismos que tenía cuando era un
adolescente, el trabajo no me habría importado tanto.
Le
observo en silencio durante todo el discurso. Tiene una voz tan masculina y
calmada que me hace sentir que yo también viví esa historia. No sé por qué,
pero los ojos se me empañan con lágrimas por una historia de amor que pudo ser
y no fue. Y lo peor de todo es que ni siquiera es la mía.
Él
parece salir del trance en el que se había visto inmerso, colmado de recuerdos
felices y no tan felices, y me mira. Y cuando descubre esas lágrimas que me
niego a derramar, se aproxima un par de pasos hacia mí, para quedar a escasos
centímetros. Alarga una mano despacio y la pasa por debajo de mis ojos,
haciendo que el dique construido con mis párpados se rompa y permitiendo que un
par de lágrimas me resbalen por la cara. Las seca con ternura y puedo ver en
sus ojos un brillo de complicidad al mirarme sin desviarlos de los míos.
—No
llores —susurra.
—No
quiero hacerlo —respondo bajito también—. Pero soy una sensiblera. —Me río un
poco, haciendo que, al parpadear, caigan unas cuantas lágrimas más.
Él
me sonríe, aún con la mirada fija en mis pupilas y me parece que las suyas se
hacen un poco más grandes.
De
verdad, todo esto se está volviendo demasiado íntimo. Mucho más de lo que estoy
dispuesta a soportar. Así que meneo un poco la cabeza, rompiendo el contacto
visual.
Mi
mente se imagina el sonido de mil cristales al caer, por haber roto este
momento tan especial. Pero creo que las consecuencias para mí serían mucho
peores si nos ponemos serios y ya no sé si puedo aguantar tantos sentimientos.
Le
cojo la mano, que aún sigue bajo mi cara, y se la dejo caer a un lado.
—Bueno,
—irrumpo en el silencio con una voz mucho más cargada de energía de lo que
correspondería por el momento tan sentimental que acabábamos de vivir— ese café
se va a enfriar.
Él
me mantiene la mirada unos segundos más, pero, finalmente, se da por vencido y
ambos nos dirigimos hacia el sofá.
Como
es obvio, la misión de mi vida a partir de este momento va a ser evitar volver
a esa situación.
Nada
de sensiblerías ni ñoñerías, Elena. Ya eres mayorcita para andar llorando a
moco tendido por cualquier chorrada.
—¿Y
hace cuánto que llegaste aquí? La casa parece que está muy terminada para
llevar solo unos días en España.
—Pues
llegué hará un par de semanas, pero la casa ya era mía antes de eso. Como sabía
que iba a pasar aquí algún tiempo, la compré sobre los planos hace ya algunos
años. De hecho, mi familia vive aquí, así que hace ya tiempo que la utilizo
cuando vengo de vacaciones.
—Ah,
¡qué bien! ¿Y cómo es que te decidiste a volver a España? No es por nada, pero
ya sabes que aquí la investigación avanza a pasos diminutos. Y no tenemos tanta
financiación como en Estados Unidos.
—La
verdad es que conozco a Ferrer desde hace varios años y, siempre que hemos
coincidido en convenciones, me insistía en que tenía un equipo estupendo, pero
que tú sola no podías con todo. Habla maravillas de ti, Elena. —Me ruborizo
ligeramente al oír esas palabras. Él alarga la mano y me da un apretón en el
antebrazo—. Deberías estar orgullosa. Aunque la razón de peso es que mi padre
está bastante enfermo.
Vaya,
otra confesión. Hoy es la tarde de las “buenas” noticias.
—Madre
mía. Lo siento mucho. ¿Qué le pasa?
—Tiene Alzheimer. Es una putada porque no
es tan mayor. Pero mi madre ya no puede atenderlo sola y mi hermana tiene dos
niños pequeños. Así que decidí venir aquí el tiempo que durara, para echarles
una mano.
Le
doy un sorbo al café que me ha servido, procurando no babearme, atragantarme o
cualquier catástrofe similar.
—Ya,
bueno. Esperemos que todo salga bien.
—Sí,
a ver. Aunque, si Ferrer hubiera mencionado antes lo guapa que eres, estoy
seguro de que habría venido mucho antes.
Me
entra una carcajada nerviosa justo cuando estoy dándole otro sorbo al café, de
modo que escupo el líquido salpicando por todas partes, manchándome la cara y
los pantalones. Venga, ¡un hurra por mí, que siempre consigo hacer las cosas
bien! Yo, como los toreros, tengo que salir siempre por la puerta grande.
Él
salta a un lado justo a tiempo, evitando que le caiga todo el contenido de mi
boca, pero algunas gotas también le manchan la camisa.
Me
entra un ataque de risa y él, viendo el caos montado en menos de un segundo,
empieza a desternillarse aún arrinconado en el sofá.
—No
llevas bien los cumplidos, ¿no? —consigue decir entre carcajadas.
Ay,
Dios. Yo no puedo parar de reírme como una loca. Se me forman lágrimas en las
comisuras los ojos y los abdominales empiezan a dolerme de tanto reír. Intento
evitar el dolor, colocando un brazo sobre mi abdomen, pero las carcajadas
siguen y siguen hasta que solo puedo emitir un quejido lastimero.
Menos
mal que hemos roto un poco ese ambiente tan serio. Además, con el ataque de
risa, logro liberar parte de la tensión acumulada desde esta mañana. Y cuando,
por fin, soy capaz de parar de reír, me siento tranquila y liberada. Me
arrebujo un poco contra un lateral del sofá y me esfuerzo en normalizar la
respiración que aún se ve afectada, con la típica sonrisa bobalicona después de
una cuantas carcajadas.
Él
me sonríe también, desde la otra punta del sofá, divertido y con esa chispa de
malicia en los ojos que vi esta mañana.
—Hacía
tiempo que no me reía tanto por una chorrada —dice él.
—Sí,
yo también —confieso, aún sonriendo.
Y
ahí está otra vez la tensión. El lazo que se había construido entre nuestras
pupilas vuelve a anudarse y cada vez sonreímos un poco menos y nos miramos más
fijamente. Él se incorpora sobre sí mismo y avanza despacio por el sofá hasta
colocarse sobre mí, pero sin apenas tocarme.
—No
te muevas, ¿vale? —dice en un susurro.
Asiento
desde abajo, mirando cómo su cara se aproxima más y más hacia la mía, hasta
encontrarse a escasos centímetros. Su mirada se desvía de mis ojos a mis labios
varias veces, mientras avanza esa distancia que nos separan. Siento el calor
que emana su cuerpo, y el olor masculino.
Ay,
Dios. ¿Me va a besar?
Levanta
una mano hacia mi cara muy despacio y, con el pulgar, me seca una gota de café
que se ha quedado suspendida sobre mi labio inferior. La boca se me seca. Sin
darme cuenta, deslizo la lengua por el mismo lugar por donde Lucas acaba de
pasar el dedo y me humedezco los labios secos. El estómago se me hace una bola
de nervios. Él sigue acercándose a mí hasta dejar sus labios tan próximos a los
míos que están casi rozándose. Levanta una vez más la vista desde mis labios a
mis ojos, como pidiendo permiso. Supongo que está esperando a que le pare, pero
no me encuentro en condiciones de hacerlo. Así que continúa aproximándose hasta
que nuestras bocas se unen.
(Vale, soy lerda, creo que necesito una clase de blog pero ya, llevo mil horas intentando comentar y no me dejaba...jajaja a parte de eso...)
ResponderEliminarAhhhhhhhhhh! (Pequeño grito histérico)
Por favor menudo hombre! Menuda tensión, menudas confesiones y menudo todo! Y lo que seguro que aún esconde!!
Y con Elena me meo, a mi también me pasa eso de quedarme pensando en mis cosas sin darme cuenta de lo que pasa a mi lado...y a veces es un problemón!!
No me di cuenta ayer de que lo habias subido...pero casi mejor, así el lunes ha sido un poco menos lunes! ;)
Mil besitos guapaaa!!
María
Yujuuuuuu!! :D :D
EliminarNo te imaginas la ilu que me hace leerte otra semana!!! Y ver que te ha gustado, claro! Jajajaj
Pues sí, ahí estamos, en intentar darle un poco de interés al asunto jajajaja.
Por cierto, yo debo de ser igual de lerda que tú porque más de una vez he tenido un pequeño enfrentamiento con los comentarios jajajaja. Así que, o somos las dos bobas, o es un problema de blogger (voto por esa opción. Me niego a tirar la toalla tan rápido con mi inteligencia).
No tienes ninguna obligación en leerme según publique (ni nunca, vaya) pero me alegra haberte alegrado un poco el lunes (valga la rebuznancia)
Un super besazo guapísima!
Y un millón de gracias por leerme.
Carlota <3