Cuando
terminamos nuestras bebidas, nos decidimos por un bar de tapas para comer. Mi
obsesión por la manera de comportarse de ambos parece disolverse un poco entre
bocado y bocado.
Mi
madre siempre dice que no se puede tratar conmigo cuando tengo hambre. Necesito
que el buche se me llene, por lo menos hasta la mitad, para ver las cosas con
un poco de perspectiva. Así que, después de un par de raciones, me parece que
Candela ha vuelto a ser un poco más ella misma, aunque sigue actuando de manera
extraña. Empiezo a pensar que lo hace para darme un empujón porque, en
realidad, no parece estar interesada en Lucas más allá de lo cordial. Además,
eso no sería de muy buena amiga, ¿no?
El
restaurante que hemos elegido es una de esas cervecerías modernas que tienen
cuatro chorradas para comer, pero que están todas buenísimas. Y yo me he pasado
al agua porque, como siga bebiendo alcohol, no voy a poder coger el coche con
el que mañana tengo intención de ir al hospital.
La
charla se ha vuelto menos trascendental, en todos los sentidos, y los tres
estamos pasando un buen rato. Hablamos sobre el tráfico, un parque nuevo que
van a construir cerca del hospital y sobre cine. Descubro muchas cosas sobre
Lucas, como que le encantan las películas de terror y, sin embargo, detesta los
musicales. Dice que la música no se puede frivolizar de esa manera, que para
disfrutarla de verdad hay que escucharla en directo o desde un buen equipo de
música. Nada de cuatro adolescentes engominados y con mallas gritándole al amor
desgañitados. Me entra la risa porque al decir esa última frase se lleva la
mano al pecho y mira al cielo, fingiendo uno de esos ataques. No estoy de
acuerdo con él en absoluto, porque adoro los musicales desde que vi Sonrisas
y Lágrimas con tres años, pero me gusta que le guste la música en vivo.
Además, el cine de terror sigue siendo uno de mis géneros favoritos aunque
tenga que verlo con un solo ojo –el otro suele estar tapado por un cojín, la
manta, o el cartón de las palomitas–.
Pedimos
un café y estamos en la sobremesa cuando mi teléfono suena desde mi bolso.
—¿Sí?
—respondo tras comprobar quien llama.
—Hey, nena. —La voz de Luis retumba
contra mi tímpano. Usa ese tono gamberro que me hace sonreír—. ¿Qué haces?
—Estoy
comiendo por ahí con Cande y Lucas. —El ruido del local me impide escucharle
correctamente, así que me levanto de la mesa mirando a ambos y haciendo un
gesto con la mano para explicarles que salgo fuera para hablar por teléfono—. Espera,
que no te oigo bien —continúo cuando estoy en la calle—.Ya.
—Así que estás comiendo otra vez con ese
Lucas, ¿eh? —me dice él pronunciando su nombre con un poco de retintín
—Iba
a comer con Cande, pero nos lo encontramos. ¿Por qué? ¿Te molesta? —digo
tomándole el pelo.
—Ya sabes que odiaré a cualquier hombre que
pase más tiempo que yo contigo —responde él con un tono divertido.
—¿También
a Jaime y a Diego? —me río por su actitud infantil—. ¿Y a mi padre? —añado con
falsa ironía.
—Bueno, a ellos se lo perdono porque son de
tu familia… Y porque no quieren acostarse contigo. En cuanto al resto… están
muertos si se atreven a ponerte un dedo encima.
Y,
como siempre, el tonteo está ahí. No creo que sea consciente del daño que me
hacen sus palabras, y no sé hasta qué punto él se lo toma en serio, pero,
después de este tipo de conversaciones, yo necesito una sesión de terapia con
mucha comida o mucho alcohol, en su defecto.
—Ay,
nene, ¡qué agresivo te pones! —Me río—. Ya sabes que no eres mi novio y que no
puedes controlarme.
—Que no sea tu novio no significa que no me
importe con quién estás o quién te toca… Elena —dice mi nombre en un
susurro y parece que la conversación ha pasado a ponerse un poco más seria. El
tono de su voz se ha transformado y ya no suena tan bromista como antes.
Joder,
¿lo veis? Es que ya no sé si estoy malinterpretando las cosas. Cuando se pone
así, me parece ver que él siente algo por mí también. Pero, como siempre, soy
demasiado cobarde para salir de dudas. Prefiero tenerlo como amigo que no
tenerlo de ninguna de las maneras. Y sé que, si él volviera a rechazarme, yo no
podría seguir adelante sin dañar nuestra relación de manera irreversible. Mi autoestima
ya está bastante por los suelos, así que intento quitarle peso al asunto.
—Venga,
Luis. —Suelto un suspiro—. No te enfades. ¿Querías algo?
—No, nada…—Él también suspira—. Solo llamaba para ver cómo estás.
—Estoy
bien, tonto. —Cierro los ojos y me froto la frente. Voy caminando de un lado a
otro por la acera, pero me paro para preguntarle bajito—. ¿Y tú?
—Bien, también… Es que el otro día, al final,
me quedé un poco rayado después de hablar por teléfono contigo.
—¿Sí?
No tenías por qué, bobo. Lo del puesto ha sido un poco extraño, pero bueno… ya
sabes que no tenía ninguna esperanza.
—Ya…, pero aún así, no sé, te noté tan rara…
Pensé que, a lo mejor, habías decidido ponerte esa fachada de mujer dura que
usas cuando estás que te cagas por la patita. Ya sabes, —se ríe un poco—, como cuando nos conocimos.
—Luis,
hace como siete años que nos conocimos… —Me río un poco—. Ni siquiera creo que
te acuerdes.
—¿Cómo no me voy a
acordar? Conocí a la mujer de mi vida ese día, Elena. —Y, como siempre, mi nombre sale
de entre sus labios como si fuera algo especial, mágico y poderoso.
¿Qué
hago? ¿Cómo puedo dejar de hacer algo que me provoca tanto daño, pero que, al
mismo tiempo, me llena? Sé que es masoquismo puro y duro, pero no puedo salir
de esto.
Me
cuesta sangre, sudor y lágrimas, pero vuelvo a tomar una actitud divertida,
porque me ayuda a tomarme las cosas menos en serio. Si yo misma me convenzo de
que esto es cachondeo, sufriré menos. Tengo que repetírmelo mentalmente varias
veces como si fuera un mantra para poder seguir adelante con la conversación
sin delatarme.
—Anda,
tonto. No me digas esas cosas, que me enamoro.
—¿No lo estás ya?
Ya sabes que yo te quiero.
—A pesar de notar que está bromeando, no puedo evitar pensar que todo esto
quiere decir algo más.
Siempre
he pensado que las bromas son una forma más sencilla de decir verdades. Hay
gente que presume de ser muy sincera, pero, incluso para ellos, es menos
complicado decir una verdad cuando lo dices con una broma.
Cuando
mi hermana Claudia lo dejó con su novio en el instituto, se dedicó a comerse
todo aquello que contuviera un porcentaje de grasas trans superior a lo
permitido de manera legal. En pocos meses, se puso como una vaca, pero ninguno
de nosotros podíamos decírselo, ya que contribuiríamos a que comiera más y más
por la depresión de haber perdido también su bonita figura. Así que, cuando me
preguntaba si estaba como una foca, yo siempre le decía «No, Clau, como una
foca, no. Como un león marino». Lo decía mirándola con ironía, para que quedara
claro que estaba de coña aunque, en el fondo, sí que pensaba que estaba
bastante gorda.
Muchas
veces es más fácil decir las cosas de esa manera que la verdad a secas. ¿Por
qué? Porque las verdades duelen. Incluso las buenas. Son como un puñetazo en la
boca del estómago que te deja sin aliento durante unos segundos. Algunas duelen
más que otras, y algunas tienen efecto a la larga, pero todas duelen. Cada
decisión que tomamos, cada acto y, en definitiva, todo lo que hacemos tiene una
repercusión. Y, a veces, no somos conscientes del daño que le hacemos a la otra
persona con nuestra sinceridad. Así que es mucho más fácil decirlo todo de
risas, con bromas. Si la otra persona se ofende, siempre puedes aludir a que no
lo decías en serio, que estabas de coña y, esta te creerá porque le convendrá
más creer eso que la verdad, que es lo que en realidad hace daño.
Me
pesa tanto el corazón dentro del pecho que creo que está apretándome los
pulmones impidiendo que el aire entre del todo. El diafragma me comprime la
base del estómago y se me revuelve la comida que empieza a ser digerida. Me
froto la frente, me despeino el pelo y respiro de manera entrecortada. Y todo
esto intentando aparentar normalidad porque, ante todo, no puedo dejar que él
note lo que me hace sentir.
—Luis,
venga. Vamos a dejarlo, porfa. —Mi
paciencia empieza a flaquear porque, aunque yo también estoy bromeando, hace
tiempo que esto dejó de ser un juego para mí y mi pobre corazón se resiente
cada vez más con sus palabras.
—¿Por qué, Elena? ¿Te pone nerviosa que te
diga que te quiero? —Y él parece haberse dado cuenta también de que
volvemos a ponernos serios.
No
sé ni cómo ni cuándo empezamos con esta relación tan dañina, al menos para mí,
pero cada vez aparecen más estos momentos de seriedad, que me ponen muy
nerviosa. Y, la verdad, me dan ganas de decirle que sí, que me pone de los
nervios que me diga que me quiere, porque no lo hace como yo quiero que lo
haga. O que acabemos de una vez por todas con esta tensión que no sé de dónde
sale, o si va hacia algún lado…, pero que, por el camino, a mi me está dejando
hecha una puta mierda.
—No,
Luis. Sé lo mucho que me quieres y ya sabes que yo también te quiero mucho,
pero…
No
le había oído llegar, pero, al girarme sobre mí misma para apoyarme contra la
pared del edificio, veo a Lucas detrás de mí con el ceño fruncido. Bueno, esto
es la leche. Encima, todavía se enfadará.
—Lo que pasa es que no creo que sepas cómo te
quiero yo, Elena. —Luis, sin saber quién está oyendo la mitad de la
conversación, continúa. Pero ya no puedo prestarle atención.
—Claro
que lo sé, tonto. Eres mi mejor amigo. —Y lo digo más para que lo sepa Lucas
que para Luis, para que entienda que solo estoy hablando con un amigo.
No
sé por qué, pero me siento como una zorra traidora. Hasta hace unos segundos,
mis sentimientos hacia Luis eran tan intensos que había olvidado por completo
que Lucas me esperaba dentro del restaurante con Candela. Pero, ahora que lo
tengo delante, la sensación de que mi amigo ha pasado a un completo segundo
plano me invade y solo puedo mirar fijamente al chico parado frente a mí.
Apoyo
la espalda contra la pared, buscando un soporte que aguante mi peso. Lucas se
aproxima despacio hacia mí, con sus pupilas de color negro intenso rodeadas por
un iris esmeralda con vetas doradas fijas en las mías.
No
sé cómo lo consigue, pero tengo la sensación de que este hombre es capaz de
leerme los pensamientos solo con mirarme y eso me aterra. Porque entonces
descubrirá que estoy hecha un lío, que estoy medio enamorada de mi mejor amigo
y de que, al mismo tiempo, empiezo a sentir algo muy intenso por él, cosa que
es absurda, ya que apenas nos conocemos.
Los
centímetros se van reduciendo entre nosotros, hasta que su pecho está rozando el
mío. Me invade el olor de su colonia, tan masculino, con una base de madera y
especias, que llega a mi pituitaria y le envía a mi cerebro un montón de
mensajes pecaminosos. El silencio al otro lado del auricular me recuerda que Luis
aún no ha respondido a mis últimas palabras, así que vuelvo a hablar.
—Luis,
tengo que dejarte, ¿vale? —Espero unos segundos; no hay respuesta—. Hablamos
más tarde.
—Está bien, Elena… —Suspira audiblemente
y vuelve a hacer eso que hace cada vez que pronuncia mi nombre—. Pero creo que va siendo hora de que tengamos
una conversación seria.
—¿Una
conversación seria? —pregunto extrañada—. ¿Sobre qué?
—No es algo sobre lo que me gustaría hablar
por teléfono, la verdad.
—Está
bien. —Suspiro—. Cuídate, porfa.
—Claro, nena. —Hace una pausa—. Un beso.
—Un
beso.
Finalizo
la llamada aún con mis pupilas fijas en las de Lucas. El silencio se hace
insoportable, así que estoy a punto de romperlo cuando él se me adelanta.
Qué mala eresss! Cómo te encanta dejarnos con toda la intriga en el momento claveeee!
ResponderEliminarCada vez que lo leo me gusta más y me rio más con las Helen-ocurrencias!
Besitooos mi chica!
Y el capítulo 11????!!!!!
ResponderEliminarQue estamos a lunes!
un beso